Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 3, 14-21
“El que realiza la verdad se acerca a la
luz”.
Se dice que el hombre actual no quiere
oír hablar de Dios. En muchos casos, no es así. Quiere oír hablar de Dios, pero
no con lenguaje insincero o con palabras faltas de verdad. No soporta un
discurso religioso lleno de tópicos y frases hechas. Busca algo más que un Dios
convencional. Y en esto tiene toda la razón.
Ante el misterio de Dios, la cuestión
vital es la sinceridad. Mantenerse en la verdad, no engañarse a sí mismo y no
engañar a los demás. León XIII solía
decir que «Dios no necesita de nuestras
mentiras». Ni Dios ni la Iglesia ni la fe pierden nada con la verdad. Al
contrario, la verdad acerca a Dios.
Por eso, hemos de alegramos de algo que
puede pasar desapercibido, pero que es enormemente positivo. El ateísmo moderno
está obligando a los creyentes a purificar su imagen de Dios. Con sus
objeciones y críticas, está apremiando a las Iglesias a una mayor sinceridad y
verdad.
Cada vez tendrá menos sentido una
apologética barata de la fe, que no tome en serio las dificultades reales que
siente el hombre de hoy para creer. Cuando se busca sinceramente a Dios para
uno mismo y para los demás, hay que renunciar a tópicos y soluciones
simplistas. La fe permanece viva, seguramente más viva que nunca, pero hay
fórmulas y esquemas que pueden tambalearse.
Por eso, la verdadera teología no es
triunfalista, sino humilde. No trata de imponer a Dios a nadie. Solo rastrear
los caminos que nos pueden acercar a él. Anunciar su misterio de amor
insondable, y no las adherencias culturales que pueden ocultar su ternura hacia
todo ser humano.
¿Qué verdad encierran los discursos de
teólogos, maestros y predicadores, si no despiertan la alabanza al Creador, si
no traen al mundo algún crecimiento en la amistad y el amor, si no hacen la
vida más bella y luminosa, si no ayudan a vencer el pecado del desaliento
existencial?
El malogrado teólogo húngaro, Ladislao Boros, solía recordar que la forma
más temible de ateísmo que nos amenaza a todos es «el ateísmo de la insinceridad». Es cierto. Unos nos decimos
creyentes y otros agnósticos, pero la verdad es que solo el que busca
sinceramente está cerca de Dios. Unos y otros podemos dar pasos equivocados,
pero al que busca la luz, Dios le sale al encuentro hasta en sus errores.
Bajo actitudes de autosuficiencia
dogmática o de indiferencia agnóstica, se puede esconder con frecuencia una
falta de coraje para acercarse con sinceridad al Dios vivo y verdadero. Por
eso, todos deberíamos escuchar las palabras de Jesús: «El que realiza la verdad se acerca a la luz.»
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