“El Dios que sufre por el amor tan inmenso que
siente hacia sus hijos es el mismo Dios que es rico en bondad y misericordia...
y que quiere revelar a sus hijos la riqueza de su gloria...
El padre ni
siquiera da al hijo la oportunidad de disculparse. Hace suya la súplica de su
hijo perdonándole espontáneamente y dejando a un lado sus ruegos, como si no
contaran nada en la luz de la alegría por su vuelta.
Pero hay más.
El padre no
sólo le perdona sin pedirle ningún tipo de explicación y dándole la bienvenida
a casa, sino que no puede esperar para darle una nueva vida, una vida de
abundancia...
Es tan fuerte el deseo de Dios de dar vida a su hijo recién
llegado que parece estar impaciente”.
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