“No hay peor sordo que el que no quiere oír”.
El refrán se aplica perfectamente a esta situación que hemos leído: ni las
obras más grandes de amor, como es liberar a un endemoniado de sus tormentos,
son señales suficientes para quien se niega a aceptar que ha llegado el Reino
de Dios.
Que no nos pase lo mismo que a aquella gente.
Pidamos al Espíritu
Santo el discernimiento para ver en las buenas obras la gracia de Dios que está
actuando.
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