Jesús ha puesto la mesa y nos espera. Quiere sentarse a comer con nosotros.
Podemos negarnos como aquellos fariseos y decir: “Yo con esa persona no me siento”. Y por no aceptar al que consideramos pecador, nos perdemos la fiesta del Reino.
En la mesa de Jesús todos tenemos lugar. En esta mesa, se borran las diferencias y se reconstruyen los lazos.
Todos estamos invitados. Sólo queda afuera el que no quiere compartir.
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