domingo, 31 de mayo de 2015

SÓLO AMOR



Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 28, 16-20

“… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”

¿Es necesario creer en la Trinidad, ¿se puede?, ¿sirve para algo?, ¿no es una construcción intelectual innecesaria?, ¿cambia en algo nuestra fe en Dios y nuestra vida cristiana si no creemos en el Dios trinitario? Hace dos siglos Kant escribía estas palabras: «Desde el punto de vista práctico, la doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil».

Nada más lejos de la realidad. La fe en la Trinidad cambia no sólo nuestra manera de mirar a Dios sino también nuestra manera de entender la vida. Confesar la Trinidad de Dios es creer que Dios es un misterio de comunión y de amor. Dios no es un ser frío, cerrado e impenetrable, inmóvil e indiferente. Dios es un foco de amor insondable. Su intimidad misteriosa es sólo amor y comunicación. Consecuencia: en el fondo último de la realidad dando sentido y existencia a todo no hay sino Amor. Todo lo existente viene del Amor.

El Padre es Amor originario, la fuente de todo amor. Él empieza el amor: «Sólo él empieza a amar sin motivos, es más, es él quien desde siempre ha empezado a amar» (E. Jüngel). El Padre ama desde siempre y para siempre, sin ser obligado ni motivado desde fuera. Es el «eterno Amante». Ama y seguirá amando siempre. Nunca retirará su amor y fidelidad. De él sólo brota amor. Consecuencia: creados a su imagen, estamos hechos para amar. Sólo amando acertamos a vivir plenamente.

El ser del Hijo consiste en recibir el amor del Padre. Él es el «Amado eternamente» antes de la creación del mundo. El Hijo es el Amor que acoge, la respuesta eterna al amor del Padre. El misterio de Dios consiste pues en dar y en recibir amor. En Dios, dejarse amar no es menos que amar. ¡Recibir amor es también divino! Consecuencia: creados a imagen de Dios, estamos hechos no sólo para amar sino para ser amados.

El Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo. Él es el Amor eterno entre el Padre amante y el Hijo amado, el que revela que el amor divino no es cerrazón o posesión celosa del Padre ni acaparamiento egoísta del Hijo. El amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación hasta sus criaturas. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5).

Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos para amarnos mutuamente sin acaparar y sin encerrarnos en amores ficticios y egoístas.








No hay comentarios:

Publicar un comentario