domingo, 24 de mayo de 2015

NECESIDAD DEL ESPIRITU




Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 20, 19-23

"Reciban el Espíritu Santo".

Lo «espiritual» no evoca hoy gran cosa en muchos de nuestros contemporáneos. La misma palabra «espíritu» queda asociada al mundo de lo etéreo, lo inverificable, lo irreal. Sólo parece interesar lo material, lo práctico, lo útil y eficaz.

Incluso, podríamos decir que «lo espiritual» suscita en muchos una actitud de reserva y sospecha. El pensamiento contemporáneo nos ha puesto en guardia frente a actitudes espirituales incapaces de tomar en serio la materia y la construcción de la ciudad terrestre.

Por su parte, representantes de la sicología profunda han descalificado, de manera penetrante, un espiritualismo olvidado de la esfera de los instintos y de la vida del cuerpo.

Y sin embargo, son bastantes las voces y los movimientos que reclaman hoy con fuerza el retorno al espíritu. La nostalgia del hombre occidental no busca sólo un nuevo sistema socio-económico, ni nuevas filosofías, sino una nueva vida, un aliento nuevo, una fuerza de salvación capaz de liberar al hombre del desencanto, del absurdo y del nihilismo destructor.

Es aquí donde debemos situar hoy los creyentes la fe en el Espíritu Santo, para redescubrir con gozo las posibilidades que se nos pueden abrir, si sabemos acoger con conciencia viva la acción salvadora de Dios en nuestras vidas.

Los creyentes siempre han reconocido al Espíritu una eficacia regeneradora. El hombre que acierta a abrirse a la acción de Dios en lo profundo de su corazón, descubre una fuerza capaz de regenerarlo, unificarlo, iluminarlo e impulsarlo más allá de los limites en que parecía iba a quedar encerrado para siempre.

Una gran parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo viven en desarmonía consigo mismo, sin un núcleo interior que unifique sus vidas, sin una razón profunda que dé aliento a su existencia, alienados desde lo más profundo de su conciencia, sin pertenecer a sí mismos, sin sospechar nunca que en lo más hondo de su ser hay una fuerza capaz de transformar sus vidas.

Los cristianos necesitamos creer más y con más concreción en la eficacia humanizadora y liberadora que tiene el vivir abiertos a la acción de Dios en nosotros.

El hombre no recupera su integridad replegándose sobre sí mismo, ni alcanza su liberación sometiéndose al poder, la ciencia o el dinero. El hombre se va haciendo humano cuando se abre a la acción del Espíritu que nos pone en armonía con nosotros mismos, nos conduce al encuentro con los otros en la verdad y la paz, y nos abre a la comunicación gozosa con Dios.

Nada de esto se puede entender desde fuera. Cada  uno debe descubrir por experiencia propia cómo la fe y la docilidad al Espíritu satura de sentido y de gozo su existencia.





No hay comentarios:

Publicar un comentario