Reflexión
inspirada en el evangelio según san Juan 20, 19-23
"Reciban
el Espíritu Santo".
Lo «espiritual» no evoca hoy gran cosa
en muchos de nuestros contemporáneos. La misma palabra «espíritu» queda
asociada al mundo de lo etéreo, lo inverificable, lo irreal. Sólo parece
interesar lo material, lo práctico, lo útil y eficaz.
Incluso, podríamos decir que «lo
espiritual» suscita en muchos una actitud de reserva y sospecha. El pensamiento
contemporáneo nos ha puesto en guardia frente a actitudes espirituales
incapaces de tomar en serio la materia y la construcción de la ciudad
terrestre.
Por su parte, representantes de la
sicología profunda han descalificado, de manera penetrante, un espiritualismo
olvidado de la esfera de los instintos y de la vida del cuerpo.
Y sin embargo, son bastantes las voces y
los movimientos que reclaman hoy con fuerza el retorno al espíritu. La
nostalgia del hombre occidental no busca sólo un nuevo sistema socio-económico,
ni nuevas filosofías, sino una nueva vida, un aliento nuevo, una fuerza de
salvación capaz de liberar al hombre del desencanto, del absurdo y del
nihilismo destructor.
Es aquí donde debemos situar hoy los
creyentes la fe en el Espíritu Santo, para redescubrir con gozo las
posibilidades que se nos pueden abrir, si sabemos acoger con conciencia viva la
acción salvadora de Dios en nuestras vidas.
Los creyentes siempre han reconocido al
Espíritu una eficacia regeneradora.
El hombre que acierta a abrirse a la acción de Dios en lo profundo de su
corazón, descubre una fuerza capaz de regenerarlo, unificarlo, iluminarlo e
impulsarlo más allá de los limites en que parecía iba a quedar encerrado para
siempre.
Una gran parte de los hombres y mujeres
de nuestro tiempo viven en desarmonía consigo mismo, sin un núcleo interior que
unifique sus vidas, sin una razón profunda que dé aliento a su existencia,
alienados desde lo más profundo de su conciencia, sin pertenecer a sí mismos, sin
sospechar nunca que en lo más hondo de su ser hay una fuerza capaz de
transformar sus vidas.
Los cristianos necesitamos creer más y
con más concreción en la eficacia humanizadora y liberadora que tiene el vivir
abiertos a la acción de Dios en nosotros.
El hombre no recupera su integridad
replegándose sobre sí mismo, ni alcanza su liberación sometiéndose al poder, la
ciencia o el dinero. El hombre se va haciendo humano cuando se abre a la acción
del Espíritu que nos pone en armonía con nosotros mismos, nos conduce al
encuentro con los otros en la verdad y la paz, y nos abre a la comunicación
gozosa con Dios.
Nada de esto se puede entender desde
fuera. Cada uno debe descubrir por
experiencia propia cómo la fe y la docilidad al Espíritu satura de sentido y de
gozo su existencia.
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