domingo, 26 de agosto de 2018

JESÚS NAZARENO Y SU PREGUNTA DECISIVA





Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 6,60-69 

El evangelio de Juan ha conservado el recuerdo de una fuerte crisis entre los seguidores de Jesús. No tenemos apenas datos. Solo se nos dice que a los discípulos les resulta duro su modo de hablar. Probablemente les parece excesiva la adhesión que reclama de ellos. En un determinado momento, "muchos discípulos se retiraron y ya no iban con él”. 

Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen la fuerza deseada. Sin embargo, no las retira sino que se reafirma más: "Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida, pero algunos de ustedes no creen". Sus palabras parecen duras, pero transmiten vida, hacen vivir, pues contienen Espíritu de Dios. 

Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso. Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: "¿También ustedes quieren marcharse?". No los quiere retener por la fuerza. Les deja la libertad de decidir. Sus discípulos no han de ser siervos sino amigos. Si quieren pueden volver a sus casas. 

Una vez más Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un discípulo que conoce a Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe. 

"Señor, ¿a quién iríamos?". No tiene sentido abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y más convincente: Si no siguen a Jesús se quedarán sin saber a quién seguir. No se han de precipitar. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida. 

Pedro es realista. ¿Es bueno abandonar a Jesús sin haber encontrado una esperanza más convincente y atractiva? ¿Basta sustituirlo por un estilo de vida rebajada, sin apenas metas ni horizonte? ¿Es mejor vivir sin preguntas, planteamientos ni búsqueda de ninguna clase? 

Hay algo que Pedro no olvida: "Tus palabras dan vida eterna". Siente que las palabras de Jesús no son palabras vacías ni engañosas. Junto a él han descubierto la vida de otra manera. Su mensaje les ha abierto a la vida eterna. ¿Dónde podrían encontrar una noticia mejor de Dios? 

Pedro recuerda, por último, la experiencia fundamental. Al convivir con Jesús han descubierto que viene del misterio de Dios. Desde lejos, a distancia, desde la indiferencia o el desinterés no se puede reconocer el misterio que se encierra en Jesús. Los Doce lo han tratado de cerca. Por eso pueden decir: "Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios". No obstante las dificultades, seguirán junto a Jesús. 


domingo, 19 de agosto de 2018

El secreto de la Eucaristía



Reflexión inspirada en el Evangelio según san Juan 6, 51-59

Según el relato de Juan, una vez más los judíos, incapaces de ir más allá de lo físico y material, interrumpen a Jesús, escandalizados por el lenguaje agresivo que emplea: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Jesús no retira su afirmación, sino que da a sus palabras un contenido más profundo.

El núcleo de su exposición nos permite adentrarnos en la experiencia que vivían las primeras comunidades cristianas al celebrar la eucaristía. Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en él, sino que han de alimentarse y nutrir su vida de su misma persona. La eucaristía es una experiencia central en los seguidores de Jesús.

Las palabras que siguen no hacen sino destacar su carácter fundamental e indispensable: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Si los discípulos no se alimentan de él, podrán hacer y decir muchas cosas, pero no han de olvidar sus palabras: «No tendréis vida en vosotros». Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la eucaristía. Solo lo conocen aquellos que comulgan con él y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.

El lenguaje de Jesús es de gran fuerza expresiva. A quien sabe alimentarse de él le hace esta promesa: «Ese habita en mí y yo en él». Quien se nutre de la eucaristía experimenta que su relación con Jesús no es algo externo. Jesús no es modelo de vida que imitamos desde fuera. Alimenta nuestra vida desde dentro.

Esta experiencia de «habitar» en Jesús y dejar que Jesús «habite» en nosotros puede transformar de raíz nuestra fe. Ese intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras, constituye la verdadera relación del discípulo con Jesús. Esto es seguirlo sostenidos por su fuerza vital.

La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la eucaristía es la que él mismo recibe del Padre, que es Fuente inagotable de vida plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: «El que coma de este pan vivirá para siempre».

Sin duda, el signo más grave de la crisis de la fe cristiana entre nosotros es el abandono tan generalizado de la eucaristía dominical. Para quien ama a Jesús es doloroso observar cómo la eucaristía va perdiendo su poder de atracción. Pero es más doloroso aún ver que desde la Iglesia asistimos a este hecho sin atrevernos a reaccionar. ¿Por qué?

miércoles, 15 de agosto de 2018

SEGUIDORA FIEL DE JESÚS



“Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.”

Los evangelistas presentan a la Virgen con rasgos que pueden reavivar nuestra devoción a María, la Madre de Jesús. Su visión nos ayuda a amarla, meditarla, imitarla, rezarla y confiar en ella con espíritu nuevo y más evangélico.

María es la gran creyente. La primera seguidora de Jesús. La mujer que sabe meditar en su corazón los hechos y las palabras de su Hijo. La profetisa que canta al Dios, salvador de los pobres, anunciado por él. La madre fiel que permanece junto a su Hijo perseguido, condenado y ejecutado en la cruz. Testigo de Cristo resucitado, que acoge junto a los discípulos al Espíritu que acompañará siempre a la Iglesia de Jesús.

Lucas, por su parte, nos invita a hacer nuestro el canto de María, para dejarnos guiar por su espíritu hacia Jesús, pues en el "Magníficat" brilla en todo su esplendor la fe de María y su identificación maternal con su Hijo Jesús.

María comienza proclamando la grandeza de Dios: «mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava». María es feliz porque Dios ha puesto su mirada en su pequeñez. Así es Dios con los sencillos. María lo canta con el mismo gozo con que bendice Jesús al Padre, porque se oculta a «sabios y entendidos» y se revela a «los sencillos». La fe de María en el Dios de los pequeños nos hace sintonizar con Jesús.

María proclama al Dios «Poderoso» porque «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Dios pone su poder al servicio de la compasión. Su misericordia acompaña a todas las generaciones. Lo mismo predica Jesús: Dios es misericordioso con todos. Por eso dice a sus discípulos de todos los tiempos: «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Desde su corazón de madre, María capta como nadie la ternura de Dios Padre y Madre, y nos introduce en el núcleo del mensaje de Jesús: Dios es amor compasivo.

María proclama también al Dios de los pobres porque «derriba del trono a los poderosos» y los deja sin poder para seguir oprimiendo; por el contrario, «enaltece a los humildes» para que recobren su dignidad. A los ricos les reclama lo robado a los pobres y «los despide vacíos»; por el contrario, a los hambrientos «los colma de bienes» para que disfruten de una vida más humana. Lo mismo gritaba Jesús: «los últimos serán los primeros». María nos lleva a acoger la Buena Noticia de Jesús: Dios es de los pobres.


María nos enseña como nadie a seguir a Jesús, anunciando al Dios de la compasión, trabajando por un mundo más fraterno y confiando en el Padre de los pequeños.




domingo, 12 de agosto de 2018

APRENDER DE DIOS



Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 6,41-51 
En un episodio referido sólo por el cuarto evangelista, Jesús se defiende de las críticas que se le hacen con estas palabras: «Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí», y cita una frase que se puede leer en el libro de Isaías: «Serán todos discípulos de Dios».

La idea de «aprender de Dios» y ser como es él estaba muy enraizada en Israel. De hecho, esta exigencia radical estaba formulada en el viejo libro del Levítico con estas palabras: «Sed santos como yo, el Señor vuestro Dios, soy Santo» (Lev. 19,2).

Los judíos entendían esta santidad como una «separación de lo impuro». Esta manera de entender la «imitación de Dios» generó en Israel una sociedad discriminatoria y excluyente donde se honraba a los puros y se menospreciaba a los impuros y pecadores, se valoraba a los varones y se sospechaba de la pureza de las mujeres, se convivía con los sanos pero se huía de los leprosos.

En medio de esta sociedad, Jesús introduce un alternativa revolucionaria: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6, 36). El primer rasgo de Dios es la compasión, no la santidad. Quien quiera ser como es Dios no tiene que vivir «separándose» de los impuros, sino amando a todos con amor compasivo.

Por eso, Jesús inició un estilo de vida nuevo, inspirado sólo en el amor. Tocaba a los leprosos, acogía a los pecadores, comía con publicanos y prostitutas. Su mesa estaba abierta a todos. Nadie quedaba excluido porque nadie está excluido del corazón compasivo de Dios.

No basta ser muy religioso sino ver a qué nos conduce la religión. No basta creer en Dios sino saber en qué Dios creemos.  Él Dios compasivo en el que creyó Jesús no conduce nunca a actitudes excluyentes de desprecio, intolerancia o rechazo, sino que atrae hacia una vida de acogida y hospitalidad, de respeto y de perdón. No nos hemos de engañar. De Dios no se aprende a vivir de cualquier manera. Él sólo enseña a amar.