Reflexión
inspirada en el evangelio según san Marcos 16, 15-20
"Fue llevado al cielo".
Es tan poca la atención que la teología
contemporánea presta a la Ascensión de Cristo, que su hondo significado pasa
casi desapercibido, no sólo para los cristianos despreocupados sino, incluso,
para aquellos que se esfuerzan por ser fieles a Jesucristo.
Sin embargo, la Ascensión nos ofrece la
clave para entender la dinámica del cristianismo después de Cristo y la
pedagogía para vivir la fe de manera responsable y adulta.
Para entender el significado de la
Ascensión, hemos de recordar el diálogo entre Jesús y sus discípulos: "Yo
me voy al Padre y ustedes están tristes... Sin embargo, les conviene que yo me
vaya para que reciban el Espíritu Santo", es decir, "ya no me podrán
retener en su experiencia inmediata, pero conviene que yo me vaya para que sean
adultos y caminen por ustedes mismos bajo la acción del Espíritu".
La tristeza y preocupación de los
discípulos tiene una explicación. Desean seguridad: tener siempre junto a ellos
a Cristo para que les resuelva los problemas o, al menos, les indique el camino
seguro para encontrar la solución. Es la tentación de vivir la fe de manera
protegida, infantil e irresponsable.
La respuesta de Jesús cobra particular
importancia en estos tiempos en que parece crecer en ciertos sectores de la
Iglesia la tentación del inmovilismo, el miedo a la creatividad, la nostalgia
por "reproducir un determinado cristianismo", la "regresión al
seno materno".
La pedagogía de Cristo consiste en
ausentarse para que pueda crecer la libertad de sus seguidores. Sólo les dejará
la impronta de su Espíritu. Así es siempre la auténtica pedagogía: el padre o
el educador han de retirarse en un determinado momento y dejar sólo su
inspiración para no ahogar la creatividad, sino permitir el crecimiento
responsable y adulto.
Siempre es tentador vivir de manera
infantil la religión, sin mediación alguna de la propia conciencia, buscando en
la letra del evangelio soluciones "prefabricadas" para nuestros
tiempos o pretendiendo que la autoridad religiosa nos dicte sin ambigüedad y con
precisión absoluta la doctrina que hemos de creer y las normas morales que
hemos de cumplir.
Este fideísmo infantil o fundamentalismo
religioso en el que la persona no ejercita su propia libertad, engendra, tarde
o temprano, ateísmo pues llega un momento en el que el hombre, para ser
responsable y adulto, siente la necesidad de eliminar al Dios de esa religión.
La Ascensión nos recuerda que vivimos
"el tiempo del Espíritu", tiempo de creatividad y crecimiento
responsable, ya que el Espíritu no nos da nunca recetas concretas para los
problemas. Sin embargo, cuando lo acogemos, nos hace capaces de ir buscando
caminos nuevos al evangelio de Cristo.
Este evangelio no se impone desde la
autoridad o la presión, sino haciéndolo pasar por las conciencias y el corazón
antes que por las leyes y las instituciones. La Ascensión nos invita a vivir
bajo "la pedagogía del Espíritu", el único que nos hace fieles al
evangelio de Jesús.
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