domingo, 5 de mayo de 2019

AL AMANECER




Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 21,1-19

En el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago de Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.

Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.

La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza:

"Salieron, se embarcaron y aquella noche no cogieron nada". Vuelven con las redes vacías. ¿No es ésta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?

Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza.

¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?

En este contexto de fracaso, el relato dice que "estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla". Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. 

Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero "no sabían que era Jesús".

¿No es éste uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.
Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce:"¡Es el Señor!".

No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente.

Con humildad pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús: "Señor, tú sabes que te quiero". Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.

En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. Hoy no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.



domingo, 28 de abril de 2019

DE LA DUDA A LA FE





Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 20,19-31

El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.
Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".
Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.
Tomás ha podido expresar sus dudas dentro del grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.
Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.
Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Jesús en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus heridas.
No son "pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: "Señor mío y Dios mío".
Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.



domingo, 7 de abril de 2019

REVOLUCIÓN IGNORADA





Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 8,1-11

Tampoco yo te condeno.

Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en  adulterio. Todos conocen su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley. Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».

Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera piedra».

Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».

Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas.

Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de "la revolución ignorada" por el cristianismo.

Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera.

¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y protección eficaz?


domingo, 24 de marzo de 2019

ANTES QUE SEA TARDE. 24 MARZO 2019. DOMINGO 3º DE CUARESMA.




Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 13,1-9

Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.

Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: "Convertíos y creed en esta Buena Noticia". Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.

Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada, como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al "Reino de Dios". Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.

En alguna ocasión cuenta una pequeña parábola. El propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año viene a buscar fruto en ella, y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando terreno inútilmente, lo más razonable es cortarla.

Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no quiere verla morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, para ver si da fruto.

El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, "el que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".

Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el "aggiornamento" o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un "corazón nuevo", una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del reino de Dios.

Hemos de reaccionar antes que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.
 Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano II no han podido hasta hora consolidar en la Iglesia.








domingo, 17 de marzo de 2019

ESCUCHAR A JESÚS



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 9,28b-36
Los cristianos de todos los tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada tradicionalmente "La transfiguración del Señor". Sin embargo, a los que pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el significado de un relato redactado con imágenes y recursos literarios, propios de una "teofanía" o revelación de Dios.

Sin embargo, el evangelista Lucas ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo el mensaje de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a lo alto de una montaña sencillamente "para orar", no para contemplar una transfiguración.

Todo sucede durante la oración de Jesús: "mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió". Jesús, recogido profundamente, acoge la presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida ordinaria de cada día.

En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es posible obtener de los libros.

Lucas dice que los discípulos apenas se enteran de nada, pues "se caían de sueño" y solo "al espabilarse", captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que "no sabía lo que decía".

Por eso, la escena culmina con una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una voz: "Este es mi Hijo, el escogido. Escúchenle". La escucha ha de ser la primera actitud de los discípulos.

Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar" nuestra religión si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.

Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y asambleas cristianas, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa.




domingo, 10 de marzo de 2019

CUARESMA 2019, DOMINGO 1: IDENTIFICAR LAS TENTACIONES




Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 4,1-13
                                                                                                                     Era tentado por el diablo.

Según los evangelios, las tentaciones experimentadas por Jesús no son propiamente de orden moral. Son planteamientos en los que se le proponen maneras falsas de entender y vivir su misión. Por eso, su reacción nos sirve de modelo para nuestro comportamiento moral, pero, sobre todo, nos alerta para no desviarnos de la misión que Jesús ha confiado a sus seguidores.

Antes que nada, sus tentaciones nos ayudan a identificar con más lucidez y responsabilidad las que puede experimentar hoy su Iglesia y quienes la formamos. ¿Cómo seremos una Iglesia fiel a Jesús si no somos conscientes de las tentaciones más peligrosas que nos pueden desviar hoy de su proyecto y estilo de vida?

En la primera tentación, Jesús renuncia a utilizar a Dios para «convertir» las piedras en panes y saciar así su hambre. No seguirá ese camino. No vivirá buscando su propio interés. No utilizará al Padre de manera egoísta. Se alimentará de la Palabra viva de Dios, solo «multiplicará» los panes para alimentar el hambre de la gente.

Esta es probablemente la tentación más grave de los cristianos de los países ricos: utilizar la religión para completar nuestro bienestar material, tranquilizar nuestras conciencias y vaciar nuestro cristianismo de compasión, viviendo sordos a la voz de Dios que nos sigue gritando ¿dónde están vuestros hermanos?

En la segunda tentación, Jesús renuncia a obtener «poder y gloria» a condición de someterse como todos los poderosos a los abusos, mentiras e injusticias en que se apoya el poder inspirado por el «diablo». El reino de Dios no se impone, se ofrece con amor, solo adorará al Dios de los pobres, débiles e indefensos.

En estos tiempos de pérdida de poder social es tentador para la Iglesia tratar de recuperar el «poder y la gloria» de otros tiempos pretendiendo incluso un poder absoluto sobre la sociedad. Estamos perdiendo una oportunidad histórica para entrar por un camino nuevo de servicio humilde y de acompañamiento fraterno al hombre y a la mujer de hoy, tan necesitados de amor y de esperanza.

En la tercera tentación, Jesús renuncia a cumplir su misión recurriendo al éxito fácil y la ostentación. No será un Mesías triunfalista. Nunca pondrá a Dios al servicio de su vanagloria. Estará entre los suyos como el que sirve.

Siempre será tentador para algunos utilizar el espacio religioso para buscar reputación, renombre y prestigio. Pocas cosas son más ridículas en el seguimiento a Jesús que la ostentación y la búsqueda de honores. Hacen daño a la Iglesia y la vacían de verdad.




domingo, 3 de marzo de 2019

DESDE DENTRO




Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 6,39-45

De la bondad que atesora en su corazón, saca el bien.

«En tu interior está el germen de lo auténtico.» Así se podría formular una de las líneas de fuerza del mensaje de Jesús. En medio de la sociedad judía, supeditada a las leyes de lo puro y lo impuro, lo sacro y lo profano, Jesús introduce un principio revolucionario para aquellas mentes: «Nada que entre de fuera hace impuro al hombre; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro.»

El pensamiento de Jesús es claro: el hombre auténtico se construye desde dentro. Es la conciencia la que ha de orientar y dirigir la vida de la persona. Lo decisivo es el «corazón», ese lugar secreto e íntimo de nuestra libertad donde no nos podemos engañar a nosotros mismos. Según ese «despertador de conciencias» que es Jesús, ahí se juega lo mejor y lo peor de nuestra existencia.

Las consecuencias son palpables. Las leyes nunca han de reemplazar la voz de la conciencia. Jesús no viene a abolir la Ley, pero sí a superarla y desbordarla desde el «corazón». No se trata de vivir cínicamente al margen de la ley, pero sí de humanizar las leyes viviendo del espíritu hacia el que apuntan cuando son rectas. Vivir honestamente el amor a Dios y al hermano puede llevar a una «ilegalidad» más humana que la que propugnan ciertas leyes.

Lo mismo sucede con los ritos. Jesús siente un santo horror hacia lo que es falso, teatral o postizo. Una de las frases bíblicas más citadas por Jesús es ésta del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío.» Lo que Dios quiere es amor y no cánticos y sacrificios. Lo mismo pasa con las costumbres, tradiciones, modas y prácticas sociales o religiosas. Lo importante, según Jesús, es la limpieza del corazón, el «aseo interior».
El mensaje de Jesús tiene hoy tal vez más actualidad que nunca en una sociedad donde se vive una vida programada desde fuera y donde los individuos son víctimas de toda clase de modas y consignas. Es necesario «interiorizar la vida» para hacernos más humanos. Podemos adornar al hombre con cultura e información; podemos hacer crecer su poder con ciencia y técnica. Si su interior no es más limpio y su corazón no es capaz de amar más, su futuro no será más humano. «El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal.»

domingo, 24 de febrero de 2019

¿QUÉ ES PERDONAR?




Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 6,27-38 
Amen a sus enemigos.

El mensaje de Jesús es claro y rotundo: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian». ¿Qué podemos hacer con estas palabras?, ¿suprimirlas del Evangelio?, ¿tacharlas como algo absurdo e imposible?, ¿dar rienda suelta a nuestra irritación? Tal vez, hemos de empezar por conocer mejor el proceso del perdón.

Es importante, en primer lugar, entender y aceptar los sentimientos de cólera, rebelión o agresividad que nacen en nosotros. Es normal. Estamos heridos. Para no hacernos todavía más daño, necesitamos recuperar en lo posible la paz y la fuerza interior que nos ayuden a reaccionar de manera sana.

La primera decisión del que perdona es no vengarse. No es fácil. La venganza es la respuesta casi instintiva que nos nace de dentro cuando nos han herido o humillado. Buscamos compensar nuestro sufrimiento haciendo sufrir al que nos ha hecho daño. Para perdonar es importante no gastar energías en imaginar nuestra revancha.

Es decisivo, sobretodo, no alimentar nuestro resentimiento. No permitir que la hostilidad y el odio se instalen para siempre en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia: el que perdona no renuncia a sus derechos. Lo importante es irnos curando del daño que nos han hecho.

Perdonar puede exigir tiempo. El perdón no consiste en un acto de la voluntad que lo arregla rápidamente todo. Por lo general, el perdón es el final de un proceso en el que intervienen también la sensibilidad, la comprensión, la lucidez y, en el caso del creyente, la fe en un Dios de cuyo perdón vivimos todos.

Para perdonar es necesario a veces compartir con alguien nuestros sentimientos, recuerdos y reacciones. Perdonar no quiere decir olvidar el daño que nos han hecho, pero sí recordarlo de otra manera menos dañosa para el ofensor y para uno mismo. El que llega a perdonar se vuelve a sentir mejor. Es capaz de desear el bien a todos incluso a quienes lo habían herido.

Quien va entendiendo así el perdón, comprende que el mensaje de Jesús, lejos de ser algo imposible e irritante, es el camino más acertado para ir curando las relaciones humanas. siempre amenazadas por nuestras injusticias y conflictos.

domingo, 17 de febrero de 2019

FELICIDAD




Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 6,17.20-26

Uno puede leer y escuchar cada vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y la recuperación progresiva de la economía.

Se nos dice que estamos asistiendo ya a un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién? Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está sucediendo.

La recuperación económica que está en marcha, va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada “sociedad dual”. Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.

De hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.

La parábola del hombre rico “que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día” y del pobre Lázaro que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban de la mesa del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.

Entre nosotros existen esos “mecanismos económicos, financieros y sociales” denunciados por Juan Pablo II, “los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros”.

Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que es la “Sollicitudo rei socialis”, tan poco escuchada, incluso por los que lo vitorean constantemente, Juan Pablo II descubre en la raíz de esta situación algo que sólo tiene un nombre: pecado.

Podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.

En sus bienaventuranzas, Jesús advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios.

Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión intensa de la justicia de Dios, que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.

Han pasado veinte siglos, pero la palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres. Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, sigue viva y nos interpela a todos.

domingo, 10 de febrero de 2019

EL PODER DEL EVANGELIO



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 5,1-11

El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio.

El relato comienza con una escena insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios. No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios.

No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.

También la escena de la pesca es insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de día, echan las redes confiando solo en la Palabra de Jesús que orienta su trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.

En el trasfondo de los datos que hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros hay un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de manera imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años. No hemos de engañarnos.

Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.

Ha llegado el momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos "haciendo cosas" desde un Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?

¿No hemos de poner el Evangelio en el primer plano de todo? Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús. Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas, sino que puedan entrar en contacto con él. La fe cristiana solo se despierta cuando las personas se encuentran con testigos que irradian el fuego de Jesús.



domingo, 3 de febrero de 2019

NECESITADOS DE ESPÍRITU PROFÉTICO


Reflexión inspirada en el Evangelio según san Lucas 4,21-30 
Sabemos que históricamente la oposición a Jesús se fue gestando poco a poco: el recelo de los escribas, la irritación de los maestros de la ley y el rechazo de los dirigentes del templo fueron creciendo hasta acabar en su ejecución en la cruz.

También lo sabe el evangelista Lucas. Pero, intencionadamente, forzando incluso su propio relato, habla del rechazo frontal a Jesús en la primera actuación pública que describe. Desde el principio han de tomar conciencia los lectores de que el rechazo es la primera reacción que encuentra Jesús entre los suyos al presentarse como Profeta.

Lo sucedido en Nazaret no es un hecho aislado. Algo que sucedió en el pasado. El rechazo a Jesús cuando se presenta como Profeta de los pobres, liberador de los oprimidos y perdonador de los pecadores, se puede ir produciendo entre los suyos a lo largo de los siglos.

A los seguidores de Jesús nos cuesta aceptar su dimensión profética. Olvidamos casi por completo algo que tiene su importancia. Dios no se ha encarnado en un sacerdote, consagrado a cuidar la religión del templo. Tampoco en un letrado ocupado en defender el orden establecido por la ley. Se ha encarnado y revelado en un Profeta enviado por el Espíritu a anunciar a los pobres la Buena Noticia y a los oprimidos la liberación.

Olvidamos que la religión cristiana no es una religión más, nacida para proporcionar a los seguidores de Jesús las creencias, ritos y preceptos adecuados para vivir su relación con Dios. Es una religión profética, impulsada por el Profeta Jesús para promover un mundo más humano, orientado hacia su salvación definitiva en Dios.

Los cristianos tenemos el riesgo de descuidar una y otra vez la dimensión profética que nos ha de animar a los seguidores de Jesús. A pesar de las grandes manifestaciones proféticas que se han ido dando en la historia cristiana, no deja de ser verdad lo que afirma el reconocido teólogo H. von Balthasar: A finales del siglo segundo "cae sobre el espíritu (profético) de la Iglesia una escarcha que no ha vuelto a quitarse del todo".

Hoy, de nuevo, preocupados por restaurar "lo religioso" frente a la secularización moderna, los cristianos corremos el peligro de caminar hacia el futuro privados de espíritu profético. Si es así, nos puede suceder lo que a los vecinos de Nazaret: Jesús se abrirá paso entre nosotros y "se alejará" para proseguir su camino. Nada le impedirá seguir su tarea liberadora. Otros, venidos de fuera, reconocerán su fuerza profética y acogerán su acción salvadora.




domingo, 27 de enero de 2019

EN LA MISMA DIRECCIÓN



Reflexión inspirada en el Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Antes de comenzar a narrar la actividad de Jesús, Lucas quiere dejar muy claro a sus lectores cuál es la pasión que impulsa al Profeta de Galilea y cuál es la meta de toda su actuación. Los cristianos han de saber en qué dirección empuja a Jesús el Espíritu de Dios, pues seguirlo es precisamente caminar en su misma dirección.
Lucas describe con todo detalle lo que hace Jesús en la sinagoga de su pueblo: se pone de pie, recibe el libro sagrado, busca él mismo un pasaje de Isaías, lee el texto, cierra el libro, lo devuelve y se sienta. Todos han de escuchar con atención las palabras escogidas por Jesús pues exponen la tarea a la que se siente enviado por Dios.
Sorprendentemente, el texto no habla de organizar una religión más perfecta o de implantar un culto más digno, sino de comunicar liberación, esperanza, luz y gracia a los más pobres y desgraciados. Esto es lo que lee. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor ». Al terminar, les dice :«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
El Espíritu de Dios está en Jesús enviándolo a los pobres, orientando toda su vida hacia los más necesitados, oprimidos y humillados. En esta dirección hemos de trabajar sus seguidores. Ésta es la orientación que Dios, encarnado en Jesús, quiere imprimir a la historia humana. Los últimos han de ser los primeros en conocer esa vida más digna, liberada y dichosa que Dios quiere ya desde ahora para todos sus hijos e hijas.
No lo hemos de olvidar. La "opción por los pobres" no es un invento de unos teólogos del siglo veinte, ni una moda puesta en circulación en ocasión del “Año de la Misericordia”. Es la opción del Espíritu de Dios que anima la vida entera de Jesús, y que sus seguidores hemos de introducir en la historia humana. Lo decía el Papa Pablo VI: es un deber de la Iglesia "ayudar a que nazca la liberación... y hacer que sea total".
No es posible vivir y anunciar a Jesucristo si no es desde la defensa de los últimos y la solidaridad con los excluidos. Si lo que hacemos y proclamamos desde la Iglesia de Jesús no es captado como algo bueno y liberador por los que más sufren, ¿qué evangelio estamos predicando? ¿a qué Jesús estamos siguiendo? ¿qué espiritualidad estamos promoviendo? Dicho de manera clara: ¿qué impresión tenemos en la iglesia actual? ¿estamos caminando en la misma dirección que Jesús?

domingo, 20 de enero de 2019

ANTE TODO, HONESTOS


Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 2,1-11


Creció la fe de sus discípulos.

La fe se despierta y aviva en nuestro corazón cuando somos capaces ‘de captar en medio de la vida signos que nos invitan a abrirnos al misterio de Dios.

Según el evangelista Juan, la fe de los discípulos comenzó a crecer cuando pudieron ver “los signos” que Jesús inició en la aldea de Caná.

Hoy la mirada del hombre moderno apenas parece percibir señal alguna que le oriente hacia Dios. Su corazón no parece escuchar ninguna llamada que lo eleve hacia El.

¿Nos hemos quedado “sin noticias” de Dios o es más bien que nos hemos hecho sordos a sus invitaciones? ¿Ya no hay en la vida, en el hombre y en el mundo “indicios” de Dios o más bien es nuestra mirada la que se ha nublado?

No hemos de olvidar que para percibir las señales que nos hablan de Dios es preciso tener un corazón honesto. Antes de tomar cualquier decisión ante El, la primera actitud ha de ser la honestidad.

Se está extendiendo entre nosotros una postura que parece tener cada vez más adeptos y según la cual, no tiene sentido preguntarse por “el sentido de la vida”.

Ciertamente es más cómodo no remover nuestro corazón, no escuchar las preguntas ni las llamadas que hay en la vida, y decir sencillamente que no tiene sentido alguno buscar un sentido a la vida y, mucho menos, buscarlo en Dios.

Pero no deberíamos olvidar la observación que hacía K. Rahner. “Es más fácil dejarse hundir en el propio vacío que en el abismo del misterio de Dios, pero no supone más coraje ni tampoco más verdad”.

Eludir el problema del sentido de la vida, vivir cerrado a toda llamada o interrogante, pasarse la vida en una postura de “neutralidad”, sin tomar decisión alguna ni a favor de la fe ni en contra de ella, es ya tomar una decisión. La peor de todas.

Una decisión que si es responsable ha de ser honesta y ha de estar apoyada en razones bien meditadas, como cualquier otra decisión seria ante la vida.

Aunque, tal vez, no nos atrevemos a confesarlo nunca ni siquiera a nosotros mismos, nuestro mayor riesgo es pasarnos la vida entera intentando engañarnos a nosotros mismos. Muchos hombres y mujeres no se acercan a Dios porque en su corazón no hay “verdad interior”.

Por eso, es bueno siempre recordar aquellas palabras de S Agustín: “Puedes mentir a Dios, pero no puedes engañarle. Por tanto, cuando tratas de mentirle, te engañas a ti mismo”.



martes, 8 de enero de 2019

INICIAR LA REACCIÓN



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 3,15-16. 21-22 
El Bautista no permite que la gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías, los "bautizará con el Espíritu Santo y con fuego".
A juicio de no pocos observadores, el mayor problema de la Iglesia es hoy "la mediocridad espiritual". La Iglesia no posee el vigor espiritual que necesita para enfrentarse a los retos del momento actual. Cada vez es más patente. Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su Espíritu.

En no pocos cristianos está creciendo el miedo a todo lo que pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para leer los "signos de los tiempos".

Se da primacía a certezas y creencias para robustecer la fe y lograr una mayor cohesión eclesial frente a la sociedad moderna, pero con frecuencia no se cultiva la adhesión viva a Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él es más fuerte que todos nosotros? La doctrina religiosa, expuesta casi siempre con categorías premodernas, no toca los corazones ni convierte nuestras vidas.

Abandonado el aliento renovador del Concilio, se ha ido apagando la alegría en sectores importantes del pueblo cristiano, para dar paso a la resignación. De manera callada pero palpable va creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial y no pocos cristianos.

Es urgente crear cuanto antes un clima más amable y cordial. Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo la ilusión perdida. Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en contacto con el Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son "espíritu y vida".

Dentro de unos años, nuestras comunidades cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya presbíteros de forma permanente. Qué importante es cuidar desde ahora un núcleo de creyentes en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús entre nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.

A nosotros se nos pide iniciar ya la reacción. Lo mejor que podemos dejar en herencia a las futuras 

generaciones es un amor nuevo a Jesús y una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo demás es más secundario. Si viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán caminos nuevos.


domingo, 6 de enero de 2019

ABRIR FRONTERAS


“Hemos visto salir su estrella.”


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 2, 1-12

La noción de frontera como límite preciso entre dos estados ha surgido en la edad moderna, al desarrollarse estados con una administración centralizada. En sus inicios, la frontera era, más bien, una zona bastante deshabitada, de libre tránsito, entre dos grupos humanos diferentes. De hecho, las fronteras concretas que conocemos en la actualidad son un producto histórico, y representan, con frecuencia, el resultado más o menos estable de un pacto entre dos tendencias expansionistas.

Las fronteras indican la existencia de grupos humanos diferentes, y no deben ser condenadas sin más, pues pueden ser lugar de encuentro, comunicación y entendimiento entre los grupos que están a ambos lados de las mismas. Sin embargo, cuando se imponen por la fuerza, cuando se cierran herméticamente a toda comunicación, o cuando se convierten en puntos de conflicto y enfrentamiento violento, las fronteras son el mejor exponente del fracaso de la fraternidad humana.

En la actualidad hay otras fronteras más difíciles de detectar que las fijadas por ríos o montañas. Son las fronteras económicas, fruto de egoísmos individuales y colectivos, que van ahondando cada vez más la separación y la insolidaridad más trágica entre pueblos y hasta continentes enteros. Basta pensar en la construcción de la Europa del bienestar, cerrada a los pueblos hambrientos.

¿Qué significan estas divisiones levantadas por los hombres, desde la perspectiva del evangelio, según la cual, la fraternidad universal es meta del hombre y de las sociedades? No faltan pecados y sombras en la vida de la Iglesia, pero no por ello deja de esforzarse por ser «signo de la unidad del género humano» (Concilio Vaticano II). El impulso misionero, la apertura universal de todos los pueblos, la solidaridad entre las Iglesias están al servicio de la evangelización, pero también de la fraternidad universal, pues el evangelio que anuncian los misioneros lleva consigo el esfuerzo y la promesa de establecer unas relaciones más fraternas y solidarias entre los pueblos.


La fiesta cristiana de la Epifanía es el anuncio de la salvación de Dios para todos los pueblos y, al mismo tiempo, una invitación a abrir fronteras para vivir la fe de manera más universal. La Iglesia ha de contribuir eficazmente a promover un mundo sin fronteras egoístas e insolidarias.


Para escuchar el Evangelio de la Epifanía...