REFLEXIÓN EN EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS
Reflexión inspirada en el Evangelio
según san Mateo 4, 25-5, 12
Todos experimentamos que la vida
está sembrada de problemas y conflictos que en cualquier momento nos pueden
hacer sufrir. Pero, a pesar de todo, podemos decir que la «felicidad interior»
es uno de los mejores indicadores para saber si una persona está acertando en
el difícil arte de vivir. Se podría incluso afirmar que la verdadera felicidad
no es sino la vida misma cuando está siendo vivida con acierto y plenitud.
Nuestro problema consiste en que la
sociedad actual nos programa para buscar la felicidad por caminos equivocados
que casi inevitablemente nos conducirán a vivir de manera desdichada.
Una de las instrucciones erróneas
dice así: «Si no tienes éxito, no vales». Para conseguir la aprobación de los
demás e, incluso, la propia estima hay que triunfar.
La persona así programada
difícilmente será dichosa. Necesitará tener éxito en todas sus pequeñas o
grandes empresas. Cuando fracase en algo, sufrirá de manera indebida.
Fácilmente crecerá su agresividad contra la sociedad y contra la misma vida.
Esa persona quedará, en gran parte,
incapacitada para descubrir que ella vale por sí misma, por lo que es, aun
antes de que se le añadan éxitos o logros personales.
La segunda equivocación es ésta:
«Si quieres tener éxito, has de valer más que los demás». Hay que ser siempre
más que los otros, sobresalir, dominar.
La persona así programada está
llamada a sufrir. Vivirá siempre envidiando a los que han logrado más éxito, los
que tienen mejor nivel de vida, los de posición más brillante.
En su corazón crecerá fácilmente la
insatisfacción, la envidia oculta, el resentimiento. No sabrá disfrutar de lo
que es y de lo que tiene. Vivirá siempre mirando de reojo a los demás. Así,
difícilmente se puede ser feliz.
Otra consigna equivocada: «Si no
respondes a las expectativas, no puedes ser feliz». Has de responder a lo que
espera de ti la sociedad, ajustarte a los esquemas. Si no entras por donde van
todos, puedes perderte.
La persona así programada se
estropea casi inevitablemente. Termina por no conocerse a sí misma ni vivir su
propia vida. Sólo busca lo que buscan todos, aunque no sepa exactamente por qué
ni para qué.
Las Bienaventuranzas nos invitan a
preguntarnos si tenemos la vida bien planteada o no, y nos urgen a eliminar
programaciones equivocadas. ¿Qué sucedería en mi vida si yo acertara a vivir
con un corazón más sencillo, sin tanto afán de posesión, con más limpieza
interior, más atento a los que sufren, con una confianza grande en un Dios que
me ama de manera incondicional? Por ahí va el programa de vida que nos trazan
las Bienaventuranzas de Jesús.
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