Reflexión inspirada en el Evangelio
según san Lucas 20,27-38
Jesús no se dedicó a hablar mucho
de la vida eterna. No pretende engañar a nadie haciendo descripciones
fantasiosas de la vida más allá de la muerte. Sin embargo, su vida entera
despierta esperanza. Vive aliviando el sufrimiento y liberando del miedo a la
gente. Contagia una confianza total en Dios. Su pasión es hacer la vida más
humana y dichosa para todos, tal como la quiere el Padre de todos.
Solo cuando un grupo de saduceos se
le acerca con la idea de ridiculizar la fe en la resurrección, a Jesús le brota
de su corazón creyente la convicción que sostiene y alienta su vida entera:
Dios “no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos son vivos”.
Su fe es sencilla. Es verdad que
nosotros lloramos a nuestros seres queridos porque, al morir, los hemos perdido
aquí en la tierra, pero Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan
muriendo esos hijos suyos a los que tanto ama. No puede ser. Dios está compartiendo
su vida con ellos porque los ha acogido en su amor insondable.
El rasgo más preocupante de nuestro
tiempo es la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un Futuro
último y las pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de consolarnos. Este
vacío de esperanza está generando en bastantes la pérdida de confianza en la
vida. Nada merece la pena. Es fácil entonces el nihilismo total.
Estos tiempos de desesperanza, ¿no
nos están pidiendo a todos, creyentes y no creyentes, hacernos las preguntas
más radicales que llevamos dentro? Ese Dios del que muchos dudan, al que
bastantes han abandonado y por el que muchos siguen preguntando, ¿no será el
fundamento último en el que podemos apoyar nuestra confianza radical en la
vida? Al final de todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, en
el interior de nuestros interrogantes y luchas, ¿no estará Dios como Misterio
último de la salvación que andamos buscando?
La fe se nos está quedando ahí,
arrinconada en algún lugar de nuestro interior, como algo poco importante, que
no merece la pena cuidar ya en estos tiempos. ¿Será así? Ciertamente no es
fácil creer, y es difícil no creer. Mientras tanto, el misterio último de la
vida nos está pidiendo una respuesta lúcida y responsable.
Esta respuesta es decisión de cada
uno. ¿Quiero borrar de mi vida toda esperanza última más allá de la muerte como
una falsa ilusión que no nos ayuda a vivir? ¿Quiero permanecer abierto al
Misterio último de la existencia confiando que ahí encontraremos la respuesta, la
acogida y la plenitud que andamos buscando ya desde ahora?
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