Reflexión inspirada en el Evangelio según san
Lucas 23, 35-43
Según el relato de Lucas, Jesús ha
agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie
parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los que
sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada
compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
Las autoridades religiosas se
burlan de él con gestos despectivos: ha pretendido salvar a otros; que se salve
ahora a sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el “Elegido” por él, ya vendrá Dios
en su defensa.
También los soldados se suman a las
burlas. Ellos no creen en ningún Enviado de Dios. Se ríen del letrero que
Pilatos ha mandado colocar en la cruz: “Este es el rey de los judíos”. Es
absurdo que alguien pueda reinar sin poder. Que demuestre su fuerza salvándose
a sí mismo.
Jesús permanece callado, pero no
desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara su
propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los
crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos
abandonara para siempre a nuestra suerte?
De pronto, en medio de tantas
burlas y desprecios, una sorprendente invocación: “Jesús, acuérdate de mí
cuando llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un
de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un
ejemplo admirable de fe en el Crucificado.
Este hombre, a punto de morir
ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien
a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está
convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte.
De su corazón nace una súplica.
Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá hacer por él. Jesús le responde
de inmediato: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ahora están los dos unidos
en la angustia y la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable.
Morirán crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios.
En medio de la sociedad descreída
de nuestros días, no pocos viven desconcertados. No saben si creen o no creen.
Casi sin saberlo, llevan en su corazón una fe pequeña y frágil. A veces, sin
saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de la vida, invocan a Jesús a su
manera. “Jesús, acuérdate de mí” y Jesús lo escucha: “Tú estarás siempre
conmigo”.
Dios tiene sus caminos para encontrarse
con cada persona y no siempre pasan por donde le indican los teólogos. Lo
decisivo es tener un corazón que escucha la propia conciencia.
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