domingo, 30 de diciembre de 2018

CERCANO Y ENTRAÑABLE





Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 2,41-52

María conservaba todo esto en su corazón.

Los hombres terminamos por acostumbrarnos a casi todo. Decía Ch. Peguy que «hay algo peor que tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada». Por eso no nos puede extrañar demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo y gozoso a tantos hombres y mujeres de «alma acostumbrada». Ya no nos sorprende ni conmueve un Dios que se nos ofrece como niño.

Lo dice A. Saint-Exupéry en el prólogo de su delicioso «Principito»: «Todas las personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan». Se nos olvida lo que es ser niños. Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una mirada de niño.

Pero ésa es justamente la noticia de la Navidad. Dios es y sigue siendo, misterio, pero ahora sabemos que no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano y entrañable desde la ternura y la transparencia de un niño.

Y éste es el mensaje de la Navidad. Para salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacerse niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia, abrirse confiados a la gracia y al perdón.

A pesar de nuestra aterradora superficialidad, de nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, de nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro corazón un rincón en el que todavía no hemos dejado de ser niños.

Atrevámonos siquiera una vez a mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro alrededor. Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos, compras y compromisos. Escuchemos dentro de nosotros ese «corazón de niño» que no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más sincera y más confiada en Dios.

Es posible que escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que no anquilosa, sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre; que no recela, sino confía; que no entristece, sino ilumina; que no teme, sino ama.



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