domingo, 6 de enero de 2019

ABRIR FRONTERAS


“Hemos visto salir su estrella.”


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 2, 1-12

La noción de frontera como límite preciso entre dos estados ha surgido en la edad moderna, al desarrollarse estados con una administración centralizada. En sus inicios, la frontera era, más bien, una zona bastante deshabitada, de libre tránsito, entre dos grupos humanos diferentes. De hecho, las fronteras concretas que conocemos en la actualidad son un producto histórico, y representan, con frecuencia, el resultado más o menos estable de un pacto entre dos tendencias expansionistas.

Las fronteras indican la existencia de grupos humanos diferentes, y no deben ser condenadas sin más, pues pueden ser lugar de encuentro, comunicación y entendimiento entre los grupos que están a ambos lados de las mismas. Sin embargo, cuando se imponen por la fuerza, cuando se cierran herméticamente a toda comunicación, o cuando se convierten en puntos de conflicto y enfrentamiento violento, las fronteras son el mejor exponente del fracaso de la fraternidad humana.

En la actualidad hay otras fronteras más difíciles de detectar que las fijadas por ríos o montañas. Son las fronteras económicas, fruto de egoísmos individuales y colectivos, que van ahondando cada vez más la separación y la insolidaridad más trágica entre pueblos y hasta continentes enteros. Basta pensar en la construcción de la Europa del bienestar, cerrada a los pueblos hambrientos.

¿Qué significan estas divisiones levantadas por los hombres, desde la perspectiva del evangelio, según la cual, la fraternidad universal es meta del hombre y de las sociedades? No faltan pecados y sombras en la vida de la Iglesia, pero no por ello deja de esforzarse por ser «signo de la unidad del género humano» (Concilio Vaticano II). El impulso misionero, la apertura universal de todos los pueblos, la solidaridad entre las Iglesias están al servicio de la evangelización, pero también de la fraternidad universal, pues el evangelio que anuncian los misioneros lleva consigo el esfuerzo y la promesa de establecer unas relaciones más fraternas y solidarias entre los pueblos.


La fiesta cristiana de la Epifanía es el anuncio de la salvación de Dios para todos los pueblos y, al mismo tiempo, una invitación a abrir fronteras para vivir la fe de manera más universal. La Iglesia ha de contribuir eficazmente a promover un mundo sin fronteras egoístas e insolidarias.


Para escuchar el Evangelio de la Epifanía...



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