domingo, 30 de septiembre de 2018

FE Y PLURALISMO




Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 9,38-43.45.47-48

 No es de los nuestros.

Poco a poco, se va tomando conciencia de que uno de los hechos más importantes de la época moderna y de consecuencias más profundas es, sin duda, el pluralismo. La cultura moderna, el desarrollo de los medios de comunicación y la facilidad para viajar hacen que cualquier persona entre hoy en contacto con otras culturas, religiones o ideologías muy diferentes a las suyas.

El hecho no es nuevo en la historia de la humanidad y se ha dado con cierta frecuencia en las grandes ciudades. Lo nuevo del pluralismo moderno es la fuerza que va adquiriendo ese fenómeno que el sociólogo norteamericano Peter L. Berger llama, en su último libro, «la contaminación cognoscitiva»: los diferentes estilos de vida, valores, creencias, posiciones religiosas y morales se mezclan cada vez más. Y no solo en el seno de la sociedad; también en el interior de cada uno.

Las personas reaccionan de diversas maneras ante esta realidad. Hay bastantes que caen en un relativismo generalizado; han descubierto que su religión o su moral no es la única posible, y, poco a poco, se ha abierto en ellas el resquicio de la duda: « ¿Dónde estará la verdad?» Hay quienes optan entonces por ahondar en su propia fe para conocerla y fundamentarla mejor. Pero hay también quienes se abandonan a un relativismo total: «Nada se puede saber con certeza»; «todo da igual»; « ¿para qué complicarse más?»

Otros, por el contrario, se atrincheran en una ortodoxia de «ghetto» y hasta en el fanatismo. Es difícil para muchos vivir sin seguridad absoluta, sobre todo en lo que afecta a las cuestiones más vitales de la existencia. Por eso, cuando el relativismo parece ya excesivo en una sociedad, es normal que el absolutismo y el integrismo doctrinal adquieran para algunos un fuerte atractivo. Hay que defender la propia ortodoxia y combatir los errores: «Fuera de nuestro grupo no hay nada bueno ni verdadero.» Naturalmente, no pienso solo en «ortodoxias» de carácter religioso; las hay también de orden político o ideológico, vinculadas a un determinado estilo de vida o de filosofía.

No es fácil vivir hoy con honestidad las propias convicciones en una sociedad que parece tolerarlo todo, pero donde los fanatismos vuelven a cobrar tanta fuerza. Los cristianos, por nuestra parte, habremos de aprender a vivir nuestra propia fe sin disolverla ligeramente en falsos relativismos y sin encerrarnos ciegamente en fanatismos que poco tienen que ver con el espíritu de Cristo.

Siempre es posible la lealtad innegociable al mensaje de Cristo y a su persona, y la apertura honesta a todo lo bueno y positivo que se encuentra fuera del cristianismo. Esta es la lección que nos llega de ese Jesús que, en cierta ocasión, corrigió a sus discípulos cuando rechazaban a un hombre que «echaba demonios», solo porque, según decían, «no es de los nuestros». El mensaje de Jesús es claro: El que hace el bien, aunque no sea de los nuestros, está a favor nuestro.



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