domingo, 24 de septiembre de 2017

DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO


“¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno?”



Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 20, 1-16

Cada vez estoy más convencido de que muchos de los que, entre nosotros, se dicen ateos, son hombres y mujeres que, cuando rechazan a Dios están rechazando en realidad un “ídolo mental” que se fabricaron cuando eran niños.

La idea de Dios que llevaban en su interior y con la que han vivido durante algunos años se les ha quedado pequeña. Llegado un momento, ese Dios les ha resultado un ser extraño, incómodo y molesto y, naturalmente, se han desprendido de él.

No me cuesta nada comprender a estas personas. Dialogando con alguno de ellos, he recordado más de una vez aquellas certeras palabras del patriarca Máximos IV durante el Concilio: “Yo tampoco creo en el dios en que los ateos no creen”.

En realidad, el dios que han suprimido de sus vidas era una caricatura que se habían formado falsamente de él. Si han vaciado su alma de ese “dios falso”, ¿no será para dejar sitio algún día al Dios verdadero?

Pero, ¿cómo puede hoy un hombre honesto y que busca la verdad, encontrarse con Dios?

Si se acerca a los que nos decimos creyentes es fácil que nos encuentre rezando no al Dios verdadero sino a un pequeño ídolo sobre el que proyectamos nuestros intereses, miedos y obsesiones.

Un Dios del que pretendemos apropiarnos y al que intentamos utilizar para nuestro provecho olvidando su inmensa e incomprensible bondad con todos.

Cómo rompe Jesús todos nuestros esquemas cuando nos presenta en la parábola del «señor de la viña» a ese Dios que “da a todos su denario», lo merezcan o no, y dice así a los que protestan: “¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».

Dios es bueno con todas las personas, lo merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa está más allá de la fe de los creyentes y de la increencia de los ateos.

La mejor manera de encontrarnos con él no es discutir entre nosotros, intercambiamos palabras y argumentos que quedan infinitamente lejos de lo que El es en realidad.


Tal vez, lo primero sea dejar a un lado nuestras ideas, olvidarnos de nuestros esquemas, hacer silencio en nuestro interior, escuchar hasta el fondo la vida que palpita en nosotros... y esperar, confiar, dejar abierto nuestro ser. Dios no se oculta indefinidamente a quien lo busca con sincero corazón.

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