domingo, 7 de julio de 2013

COMO CORDEROS ENTRE LOBOS.




UN DESTINO SORPRENDENTE

Reflexión inspirada en el Evangelio según san Lucas 10, 1-12. 17-20

Hay expresiones de Jesús a las que nos hemos acostumbrado sin habernos detenido nunca a extraer el contenido que encierran. Palabras que, cuando sabemos escucharlas interiormente, tocan nuestro ser, nos iluminan con luz nueva y nos revelan lo lejos que estamos de entender y acoger su Evangelio.

¿Cómo puede uno reaccionar si escucha con sinceridad, en su corazón, ese destino inaudito del que Jesús habla para sus discípulos: «Yo os mando como corderos en medio de lobos».

En una sociedad que se nos presenta, con frecuencia, tan mezquina, tan insensible, tan agresiva e, incluso, a veces, tan cruel, ¿se puede vivir de otra manera que no sea la de defensa y ataque del lobo? (homo homini lupus).

En una convivencia amenazada por tanta agitación, intereses, rivalidades y enfrentamientos, ¿puede significar todavía algo el vivir «como un cordero»?

Y sin embargo, hay algo atractivo en ese destino sorprendente del discípulo cristiano. Se nos llama a vivir de tal manera que los hombres puedan descubrir que la bondad y la benevolencia existen y que la vida, «a pesar de todo», puede ser buena.

No tiene por qué ser todo rivalidad, competencia y enfrentamiento destructor. También es posible acercarse a la vida y a las personas con otra actitud de respeto, veneración y ternura. El hombre puede ser para otro hombre no un lobo sino, sencillamente, un ser humano.

Más aún. Aunque nos pasamos la vida dando importancia a muchas cosas, tal vez lo único importante sea pasar por esta vida aportando al mundo un poco más de bondad, amor y ternura.

Nuestra cultura está necesitada de humanidad. Cada palabra odiosa que se pronuncia, cada mentira que se dice, cada violencia que se comete, nos está empujando a todos hacia una confusión cada vez más profunda y destructiva.

Pero no es fácil vivir hoy en esta actitud de respeto, comprensión y acogida. Lo fácil es endurecerse cada día más y defenderse atacando y haciendo mal.


Tal vez, tengamos que empezar por pronunciar con humildad y sinceridad aquella bella oración: «Señor, he ocasionado mucho mal en tu bello mundo; tengo que soportar pacientemente lo que los demás son y lo que yo mismo soy; concédeme que pueda hacer algo para que la vida sea un poco mejor allí donde tú me has colocado».






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