Reflexión
inspirada en el evangelio según san Juan 15,1-8
Si
permanecen en mí.
Alguien
tendrá que estudiar un día con rigor qué significa ser progresista, pues pocos
términos son utilizados hoy de manera más ligera y equívoca. El progresismo se
ha convertido en una especie de “mito” dentro del cual cabe todo, con tal de
que uno defienda lo último que va imponiendo la moda social.
Progresar
significa “avanzar hacia adelante”, pero ¿en qué dirección? ¿Es progresista
destruir los valores sobre los que se fundamenta la dignidad humana? ¿Es un
progreso caminar hacia un estilo de vida egoísta e insolidario, tan viejo como
la humanidad misma?
No
hemos de olvidar que se puede caminar hacia atrás y cambiar a peor. Y entonces,
lo más progresista no es sintonizar con los retrocesos de la sociedad, sino
“permanecer” fiel a lo que hace progresar al hombre en dignidad y convivencia
justa y solidaria.
Desde
aquí hemos de entender la invitación de Jesús a “permanecer” en él y a que sus palabras “permanezcan” en nosotros. En su última Carta Pastoral, los Obispos nos
recordaban algunas convicciones inquebrantables que no hemos de abandonar si
queremos permanecer en la verdad. Resumo brevemente las más importantes.
No
es verdad que la ciencia haya probado que la fe en Dios esté ya superada y
condenada, por tanto, a desaparecer inexorablemente. La ciencia es impotente
para afirmar o negar la existencia de Dios. Decir lo contrario es una mentira
que ninguna persona progresista debería utilizar para engañar a nadie.
No
es cierto que hay que eliminar a Dios para liberar al hombre y devolverle su
dignidad perdida. Al contrario, quien vive una relación sana con Dios descubre
en la fe la energía más estimulante para crecer como hombre libre y liberador.
Quien diga otra cosa, no sabe de qué habla o está simplemente condenando
“caricaturas” de fe.
Es
un engaño destruir, en base a una supuesta modernidad, valores éticos
imprescindibles para salvar al hombre. Al contrario, corremos el riesgo de
sacrificar al hombre en aras de un progreso superficial y falso que va minando
las bases que sostienen la dignidad del ser humano. No querer advertirlo es
cerrar los ojos a la verdad.
Es
una grave mutilación de la persona fijarle como objetivo único de su vida el
disfrute del máximo placer en cada momento o situación. El placer es necesario
y positivo, pero no ha de ocupar el primer puesto. El amor y la solidaridad
exigen, muchas veces, diferir el placer o, incluso, renunciar a él. Quien no lo
reconoce así, no conoce todavía el secreto último de la existencia.
Es
una gravísima equivocación valorar al hombre por lo que tiene y no por lo que
es. El afán de poseer siempre más y más, termina por esclavizar y degradar a la
persona. El ser humano es más grande que todas las cosas y vale por lo que es,
no por lo que gana y posee. Quien no lo entiende así, equivoca su trayectoria
en la vida.
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