Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 10, 11-18
El símbolo de Jesús como pastor bueno
produce hoy en algunos cristianos cierta incomodidad. No queremos ser tratados
como ovejas de un rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle
nuestra vida. Queremos ser respetados. No necesitamos de ningún pastor.
No sentían así los primeros cristianos.
La figura de Jesús buen pastor se convirtió muy pronto en la imagen más querida
de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa cargando sobre sus
hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús como un pastor
autoritario dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como un
pastor bueno que cuida de ellas.
El "pastor bueno" se preocupa
de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las abandona nunca. No las olvida. Vive
pendiente de ellas. Está siempre atento a las más débiles o enfermas. No es
como el pastor mercenario que, cuando ve algún peligro, huye para salvar su
vida abandonando al rebaño. No le importan las ovejas.
Jesús había dejado un recuerdo
imborrable. Los relatos transmitidos por sus discípulos y compañeros lo
describen preocupado por los enfermos, los marginados, los pequeños, los más
indefensos y olvidados, los más perdidos. No parece preocuparse de sí mismo.
Siempre se le ve pensando en los demás. Le importan sobre todo los más
desvalidos.
Pero hay algo más. "El pastor bueno
da la vida por sus ovejas". Es el segundo rasgo. Hasta cinco veces repite
el evangelio de Juan este lenguaje. El amor de Jesús a la gente no tiene
límites. Ama a los demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen
pastor que no huye ante el peligro sino que da su vida por salvar al rebaño.
Por eso, la imagen de Jesús,
"pastor bueno", se convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y
confianza para sus seguidores. Los cristianos aprendieron a dirigirse a Jesús con
palabras tomadas del salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta...
aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... Tu
bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida".
Los cristianos vivimos con frecuencia
una relación bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más
viva y entrañable. No creemos que él cuida de nosotros. Se nos olvida que
podemos acudir a él cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas o perdidos y
desorientados.
Una Iglesia formada por cristianos que
se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera doctrinal, un
Jesús lejano cuya voz no se escucha bien en las comunidades..., corre el riesgo
de olvidar a su Pastor. Pero, ¿quién cuidará a la Iglesia si no es su Pastor?
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