ASÍ
QUIERO MORIR YO
Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 11, 1-45
Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 11, 1-45
Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que le acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén.
Un día, Jesús recibe un recado: «Nuestro
hermano Lázaro, tu amigo, está enfermo». Al poco tiempo Jesús se encamina hacia
la pequeña aldea.
Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya.
Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede
consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan,
Jesús no puede contenerse. También él «se echa a llorar» junto a ellos. La
gente comenta: «¡Cómo lo quería!».
Jesús no llora solo por la muerte de un
amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la
muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de
vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga,
más segura, más vida?
El hombre de hoy, como el de todas las
épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil
de responder: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Es inútil tratar
de engañarnos. ¿Qué podemos hacer ante la muerte? ¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos?
Sin duda, la reacción más generalizada
es olvidarnos y «seguir tirando».
Pero, ¿no está el ser humano llamado a
vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad? ¿Solo hacia
nuestro final nos hemos de acercar de forma inconsciente e irresponsable, sin
tomar postura alguna?
Ante el misterio último de la muerte no
es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más
allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida,
al que en cierta ocasión le escuché decir: «De la muerte, la razón me dice que
es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada».
Los cristianos no sabemos de la otra
vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al
hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la
bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin
haberlo visto, amamos y al que, sin verlo aún, damos nuestra confianza.
Esta confianza no puede ser entendida
desde fuera. Solo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a
las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?».
Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo XX, cercano
ya a su final, ha dicho que, para él, morirse es «descansar en el misterio de
la misericordia de Dios». Así quiero morir yo.
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