JESÚS
SALVARÁ A LA IGLESIA
Reflexión
inspirada en el evangelio según san Juan 20, 19-31
Aterrados por la ejecución de Jesús, los
discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no
está con ellos Jesús. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les
falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? “Está
anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.
Dentro de la casa, están “con las
puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí
misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a
anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es
posible acercarse al sufrimiento de las gentes.
Los discípulos están llenos de “miedo a
los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo
ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el
mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.
De pronto, Jesús resucitado toma la
iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en
medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan
a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría
de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a
la apertura de la misión.
Jesús les habla poniendo en aquellos
pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo
han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea.
Serán en el mundo lo que ha sido él.
Jesús conoce la fragilidad de sus
discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan
la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un
gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos.
Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él
nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en
los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a
lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.
Lo que se nos pide es reavivar mucho más
en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo
sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas
nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a
sus seguidores y seguidoras.
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