domingo, 17 de junio de 2018

LA SIEMBRA


Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 4,26-34


Se parece a un hombre que echa simiente en la tierra.

No siempre somos conscientes de los profundos cambios que se van produciendo en la conciencia del hombre contemporáneo. Según diversos observadores estamos pasando de una «sociedad de creencias» en que los individuos actuaban movidos por alguna fe que les proporcionaba sentido, criterios y normas de vida, a una «sociedad de opiniones» en que cada uno tiene su propio parecer sobre la vida, sin necesidad de fundamentarla en ninguna tradición ni sistema religioso.

Las religiones van perdiendo la autoridad que han tenido durante siglos. Se ponen en cuestión los sistemas de valores que orientaban el comportamiento de las personas. Poco a poco se van abandonando «las antiguas razones de vivir». Estamos viviendo una situación inédita: los antiguos puntos de referencia no parecen servir de mucho, y los nuevos no están todavía dibujados.

No es fácil medir las consecuencias de todo esto. Olvidadas las grandes tradiciones religiosas y perdidos los marcos de referencia, cada individuo se ve obligado a buscar por su cuenta razones para vivir y dar sentido a su breve paso por este mundo. La pregunta es inevitable: ¿en qué se cree cuando se deja de creer?, ¿desde dónde orienta su vida quien abandona las «antiguas razones de vivir»?

El resultado no parece muy halagüeño. Hay sin duda personas que aciertan a orientar su vida de manera noble y digna. La mayoría, sin embargo, se va deslizando hacia la indiferencia, el escepticismo y la vida mediocre. La crisis actual los está llevando poco a poco hacia el desinterés, el olvido y el abandono de una fe que un día tuvo un significado en sus vidas. No interesan ya las grandes cuestiones, menos aún los ideales un poco nobles. Basta con vivir bien.

Jesús habla de una siembra misteriosa de la Palabra de Dios en el corazón humano. Puede parecer que hay personas en cuyo interior nadie puede sembrar hoy semilla alguna: las gentes no escuchan ya a los predicadores; las nuevas generaciones no creen en las tradiciones. Sin embargo, Dios sigue sembrando en las personas inquietud, esperanza y deseos de vida más digna. Lo hace no tanto desde los predicadores, maestros y teólogos sino, sobre todo, desde los testigos que viven su fe en Dios de manera atractiva y hasta envidiable.

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