domingo, 11 de marzo de 2018

ALGO MÁS QUE SOBREVIVIR




Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 3, 14-21
que tengan vida eterna.

Son muchos los observadores que, durante estos últimos años, vienen detectando en nuestra sociedad contemporánea graves signos indicadores de «una pérdida de amor a la vida».

Se ha hablado, por ejemplo, del «síndrome de la pasividad» como uno de los rasgos patológicos más característicos de nuestra sociedad industrial (E. Fromm). Son muchas las personas que no se relacionan activamente con el mundo, sino que viven sometidas pasivamente a los ídolos o exigencias del momento.

Individuos dispuestos a ser alimentados, pero sin capacidad alguna de creatividad personal propia. Hombres y mujeres cuyo único recurso es el conformismo. Seres que funcionan por inercia, movidos por «los tirones» de la sociedad que los empuja en una dirección o en otra.

Otro síntoma grave es el aburrimiento creciente en las sociedades modernas. La industria de la diversión y el ocio (TV, cine, sala de fiestas, conferencias, viajes...) consigue que el aburrimiento sea menos consciente, pero no logra suprimirlo.

En muchos individuos sigue creciendo la indiferencia por la vida, el sentimiento de infelicidad, el mal sabor de lo artificial, la incapacidad de entablar contactos vivos y amistosos.

Otro signo es «el endurecimiento del corazón». Personas cuyo recurso es aislarse, no necesitar de nadie, vivir «congelados afectivamente», desentenderse de todos y defender así su pequeña felicidad cada vez más intocable y cada vez más triste.

Y, sin embargo, los hombres estamos hechos para vivir y vivir intensamente. Y en esta misma sociedad se puede observar la reacción de muchos hombres y mujeres que buscan en el contacto personal íntimo o en el encuentro con la naturaleza o en el descubrimiento de nuevas experiencias, una salida para «sobrevivir».

Pero el hombre necesita algo más que «sobrevivir». Es triste que los creyentes de hoy no seamos capaces de descubrir y experimentar nuestra fe como fuente de vida auténtica.

No estamos convencidos de que creer en Jesucristo es «tener vida eterna», es decir, comenzar a vivir ya desde ahora algo nuevo y definitivo que no está sujeto a la decadencia y a la muerte.

Hemos olvidado a ese Dios cercano a cada hombre concreto, que anima y sostiene nuestra vida y que nos llama y nos urge desde ahora a una vida más plena y más libre.

Y, sin embargo, ser creyente es sentirse llamado a vivir con mayor plenitud, descubriendo desde nuestra adhesión a Cristo, nuevas posibilidades, nuevas fuerzas y nuevo horizonte a nuestro vivir diario.

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