domingo, 14 de diciembre de 2014

EN MEDIO DEL DESIERTO




Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28

“Allanen el camino del Señor.”

Los grandes movimientos religiosos han nacido casi siempre en el desierto. Son los hombres y las mujeres del silencio y la soledad los que al ver la luz, pueden convertirse en maestros y guías de la Humanidad. En el desierto no es posible lo superfluo. En el silencio sólo se escuchan las preguntas esenciales. En el desierto sólo sobrevive quien se alimenta de lo interior.

En el cuarto evangelio, el Bautista queda reducido a lo esencial. No es el Mesías, ni Elías vuelto a la vida, no es el profeta. Es «una voz que grita en el desierto». No tiene poder político, no posee título religioso alguno. No habla desde el Templo o la sinagoga. Su voz no nace de la estrategia política ni de los intereses religiosos. Viene de lo que escucha el ser humano cuando ahonda en lo esencial.

El presentimiento del Bautista se puede resumir así: «Hay algo más grande, más digno y esperanzador que lo que estamos viviendo. Nuestra vida ha de cambiar de raíz». No basta frecuentar la sinagoga sábado tras sábado, de nada sirve leer rutinariamente los textos sagrados, es inútil ofrecer regularmente los sacrificios prescritos por la Ley. No da vida cualquier religión. Hay que abrirse al Misterio del Dios vivo.

En la sociedad de la abundancia y del progreso, se está haciendo cada vez más difícil escuchar una voz que venga del desierto. Lo que se oye es la publicidad de lo superfluo, la divulgación de lo trivial, la palabrería de políticos prisioneros de su estrategia y hasta discursos religiosos interesados.

Alguien podría pensar que ya no es posible conocer a testigos que nos hablen desde el silencio y la verdad de Dios. No es así. En medio del desierto de la vida moderna podemos encontrarnos con personas que irradian sabiduría y dignidad pues no viven de lo superfluo. Gente sencilla entrañablemente humana. No pronuncian muchas palabras. Es su vida la que habla.

Ellos nos invitan, como el Bautista, a dejarnos «bautizar», a sumergirnos en una vida diferente, recibir un nuevo nombre, «renacer» para no sentirnos producto de esta sociedad ni hijos del ambiente, sino hijos queridos de Dios.






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