domingo, 15 de diciembre de 2013

HECHOS, NO PALABRAS.




Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 11,2-11

Lo que están viendo y oyendo.

Los expertos nos hablan de un curioso fenómeno lingüístico propio de nuestros días. En pocos años se ha extendido en las sociedades desarrolladas un lenguaje de carácter técnico, aséptico y eufemista para hablar de quienes sufren problemas o enfermedades. Se ha publicado incluso un diccionario políticamente correcto donde se nos indica cómo designar a ciertas personas y colectivos.

Así, en la sociedad moderna ya no hay pobres, sino gente «económicamente débil», no hay viejos, sino personas que han llegado a la «tercera edad»; los ciegos son ahora «invidentes» y los moribundos sólo «enfermos en fase terminal»; los que viven sin techo se han convertido en «personas en situación de calle»; los negros son ahora afortunadamente «personas de color» y las empleadas domésticas han alcanzado la dignidad de “asesoras del hogar”.

Este lenguaje refleja, sin duda, una actitud más respetuosa y cuidada hacia esas personas, pero puede favorecer, al mismo tiempo, una postura más aséptica, distante y tranquilizadora pues, de alguna manera, disimula el sufrimiento y la tragedia. No hemos de preocuparnos mucho: se trata de problemas de los que se ha de ocupar el Estado, la Seguridad Social o las instituciones.

Por eso, no es superfluo recordar la advertencia cristiana: el amor al que sufre no consiste en usar palabras correctas y amables, sino en ayudarle con obras. Lo dice ya un escrito cristiano del primer siglo: «Hijos míos, no amen de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad».

La escena que narra el evangelio de hoy es aleccionadora. El profeta Juan envía a sus discípulos para hacerle a Jesús una pregunta decisiva: « ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Jesús no responde con un discurso teórico. Lo importante para captar su identidad no son las palabras, sino los hechos. «Vayan a decir a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia».

Lo que identifica al verdadero Mesías y a quienes le siguen es su servicio a los que sufren; no las bellas palabras, sino las obras. El filósofo danés S. Kierkeegard comienza uno de sus tratados con estas palabras: «Estas son reflexiones cristianas. Por eso, no se habla aquí de amor sino de las obras del amor». Sencillamente genial. El amor cristiano al que sufre no es un amor exhibido, explicado, cantado, exaltado. El amor verdadero no consiste en palabras, sino en hechos.



















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