Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 13,1-9
Había pasado ya bastante tiempo desde
que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como profeta, enviado por
el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue
repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para
hacer un mundo más humano para todos.
Pero es realista. Jesús sabe bien que
Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza
en despertar en la gente la conversión: "Convertíos y creed en esta Buena
Noticia". Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si
respondemos acogiendo su proyecto.
Va pasando el tiempo y Jesús ve que la
gente no reacciona a su llamada, como sería su deseo. Son muchos los que vienen
a escucharlo, pero no acaban de abrirse al "Reino de Dios". Jesús va
a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.
En alguna ocasión cuenta una pequeña
parábola. El propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de
su viña. Año tras año viene a buscar fruto en ella, y no lo encuentra. Su
decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando terreno
inútilmente, lo más razonable es cortarla.
Pero el encargado de la viña reacciona
de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la
ha visto crecer, la ha cuidado, no quiere verla morir. Él mismo le dedicará más
tiempo y más cuidados, para ver si da fruto.
El relato se interrumpe bruscamente. La
parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de
escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá
más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, "el
que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no
es solo introducir pequeñas reformas, promover el "aggiornamento" o
cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más
profundo, un "corazón nuevo", una respuesta responsable y decidida a
la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del reino de Dios.
Hemos de reaccionar antes que sea tarde.
Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de
nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos
alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.
Hemos de mirar el futuro con esperanza, al
mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que
necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano II no han podido
hasta hora consolidar en la Iglesia.
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