Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 8,27-35
¿Quién dicen
ustedes que soy yo?
Estamos
habituados a los sondeos. En cualquier momento nos pueden detener en la calle,
ponemos un micrófono ante la boca y preguntamos por cualquier cuestión de
interés general: «Qué piensa usted de esto o de aquello?» No hay que
preocuparse. Nuestra respuesta quedará en el anonimato. Solo servirá para
elaborar una de tantas estadísticas de opinión.
El diálogo que,
según el relato evangélico, se establece entre Jesús y sus discípulos es
exactamente lo contrario de un sondeo de este tipo. Jesús pregunta, en primer
lugar, por lo que se piensa acerca de él: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Y
los discípulos le van informando de las diversas opiniones: «Unos dicen que
Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.» Pero esta cuestión
no es la importante. No hace sino preparar la verdadera pregunta de Jesús: «Y ustedes,
¿quién dicen que soy yo?»
Es fácil captar
que esta pregunta nos sitúa a un nivel más profundo. No es para completar la
encuesta y añadir a las respuestas precedentes la de los discípulos. Es una
pregunta crucial que obliga a cada uno a tomar una postura personal ante el
mismo Jesucristo. Cada uno se ha de comprometer en la respuesta.
Es sorprendente
constatar con qué frivolidad se habla hoy de fe y de cuestiones religiosas sin
adoptar personalmente una actitud responsable ante Dios. Es muy fácil en
determinados ambientes hacer burla de las tradiciones religiosas o ridiculizar
posiciones cristianas. Pero, a veces, da la impresión de que todo ello solo
sirve para eludir la propia decisión.
Las cosas no se
resuelven diciendo ligeramente: «Soy agnóstico»; «soy creyente, pero no
practicante»; «siempre adopto posturas progresistas». Estas frases suenan
inevitablemente a vacío cuando la persona no se ha colocado sinceramente ante
el misterio de Dios para adoptar una decisión responsable.
Pero la pregunta
de Jesús la hemos de responder también los que, con una ligereza semejante, nos
hemos habituado a sentirnos cristianos sin adoptar una actitud de adhesión
personal a Jesucristo: «Quién es para mí Jesucristo? ¿Qué significa en mi vida?
¿Qué lugar ocupa realmente en mi existencia?»
La respuesta
cobra un peso especial cuando se pasa del «se dice» al «yo digo». Es importante
saber qué dice la Iglesia acerca de Cristo, qué dice el Papa o qué dicen los
teólogos. Pero, en mi fe, lo decisivo es qué digo yo.
El día en que
uno puede decirle a Cristo: «Tú eres la Verdad, el Camino y la Vida. Tú eres mi
Salvador Tú eres el Hijo de Dios encarnado por mi salvación», la vida del
creyente comienza a reavivarse con una fuerza y una verdad nuevas. Casi me
atrevería a decir que esta respuesta personal a Jesucristo es el paso más importante
y decisivo en la historia de cada creyente. Lo demás viene después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario