Reflexión
inspirada en el evangelio según san Marcos 7,31-37
Ábrete.
Hay muchas
clases de soledad. Algunos viven forzosamente solos. Otros buscan la soledad
porque desean «independencia», no quieren estar «atados» por nada ni por nadie.
Otros se sienten marginados, no tienen a quien confiar su vida, nadie espera
nada de ellos. Algunos viven en compañía de muchas personas, pero se sienten
solos e incomprendidos. Otros viven metidos en mil actividades, sin tiempo para
experimentar la soledad en que se encuentran.
Pero la soledad
más profunda se da cuando falta la comunicación. Cuando la persona no acierta
ya a comunicarse, cuando a una familia no une casi nada, cuando las personas
solo se hablan superficialmente, cuando el individuo se aísla y rehuye todo
encuentro verdadero con los demás.
La falta de
comunicación puede deberse a muchas causas. Pero hay, sobre todo, una actitud
que impide de raíz toda comunicación porque hunde a la persona en el
aislamiento. Es el temor a confiar en los demás, el retraimiento, la huida, el
irse distanciando poco a poco de los demás para encerrarse dentro de uno mismo.
Este
retraimiento impide crecer. La persona «se aparta» de la vida. Vive como
«encogida». No toma parte en la vida porque se niega a la comunicación. Su ser
queda como congelado, sin expansionarse, sin desarrollar sus verdaderas
posibilidades.
La persona
retraída no puede profundizar en la vida, no puede tampoco saborearla. No
conoce el gozo del encuentro, de la comunicación, del disfrute compartido.
Intenta «hacer su vida», una vida que ni es suya ni es vida.
Cuanto más fomenta
la soledad, la persona «se aísla» a niveles cada vez más profundos y se va
incapacitando interiormente para todo encuentro. Llega un momento en que no
acierta a comunicarse consigo misma ni con Dios. No tiene acceso a su mundo
interior, no busca su verdadera identidad personal ni sabe abrirse
confiadamente al amor de Dios. Su vida se puebla de fantasmas y problemas
irreales.
La fe es siempre
llamada a la comunicación y la apertura. El retraimiento y la incomunicación
impiden su crecimiento. Es significativa la insistencia de los evangelios en
destacar la actividad sanadora de Jesús que hacía «oír a los sordos y
hablar a los mudos», abriendo a las personas a la comunicación, la
confianza en Dios y el amor fraterno.
El primer paso
que necesitan dar algunas personas para reanimar su vida y despertar su fe es
abrirse con más confianza a Dios y a los demás. Escuchar interiormente las
palabras de Jesús al sordomudo: «Effeta», es decir, «Ábrete».
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