Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 9,30-37
El que acoge a un niño...
Hay
quienes afirman que la tragedia más grave de la sociedad contemporánea es la
crisis de la relación educativa. Los padres cuidan a sus hijos y los maestros
enseñan a sus alumnos, pero en no pocos hogares y colegios se ha perdido «el
espíritu de la educación».
Y, sin
embargo, si una sociedad no sabe educar a las nuevas generaciones no conseguirá
ser más humana, por muchos que sean sus avances tecnológicos y sus logros económicos.
Para el crecimiento humano, los educadores son más importantes y decisivos que
los políticos, los técnicos o los economistas.
Educar
no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el
arte de acercarse al niño, con respeto y amor, para ayudarle a que se
despliegue en él una vida verdaderamente humana.
La
educación está siempre al servicio de la vida. Verdadero educador es el que
sabe despertar toda la riqueza y las posibilidades que hay en el niño. El que
sabe estimular y hacer crecer en él, no sólo sus aptitudes físicas y mentales,
también lo mejor de su mundo interior y el sentido gozoso y responsable de la
vida. La célebre educadora M Danielou decía que «el niño más humilde tiene
derecho a una cierta iniciación a la vida interior y a la reflexión personal».
Cuando
en las instituciones educativas se ahoga «el gusto por la vida», y los
enseñantes se limitan a transmitir de manera disciplinada el conjunto de
materias que a cada uno se le han asignado (asignaturas), allí se pierde «el
espíritu de la educación».
Por
otra parte, la relación educativa exige verdad. Se equivocan los educadores que
para ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos se presentan como
dioses. Lo que los niños necesitan es encontrarse con personas reales,
sencillas, cercanas y profundamente buenas.
Asimismo,
el verdadero educador respeta al niño, no lo humilla, no destruye su
autoestima. Una de las maneras más sencillas y nefastas de bloquear su
crecimiento es repetirle constantemente: «no hay quien te aguante», «eres un
desastre», «serás un desgraciado el día de mañana».
En la
relación educativa hay además un clima de alegría, pues la alegría es siempre
«signo de creación» y, por ello, uno de los principales estímulos del acto
educativo. Así escribía Simone Weil: «La inteligencia no puede ser estimulada
sino por la alegría. Para que haya deseo tiene que haber placer y alegría. La
alegría de aprender es tan necesaria para los estudios como la respiración para
los corredores».
Pasaron
los días de fiesta. Abrirán sus puertas los colegios y centros de enseñanza.
Miles de niños habrán vuelto de nuevo a sus maestros y enseñantes. ¿Quién
tendrá la suerte de encontrarse con un verdadero educador o educadora? ¿Quién
los acogerá con el respeto y la solicitud de aquél que un día en Cafarnaum
abrazó a uno de ellos diciendo: «Quien acoge a un niño como éste en mi nombre,
me acoge a mí?»
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