Reflexión inspirada en el Evangelio según san Marcos 3,20-35
El que cumple la voluntad
de Dios...
La fe no es una reacción automática,
sino una decisión personal que ha de madurar cada individuo. Por eso, cada
creyente ha de hacer su propio recorrido. No hay dos formas iguales de vivir
ante el misterio de Dios.
Hay personas intuitivas que no necesitan
reflexionar mucho ni detenerse en análisis complejos para captar lo esencial de
la fe; saben que todos caminamos en medio de tinieblas y vislumbran que lo
importante es confiar en Dios. Otros, por el contrario, necesitan razonarlo
todo, discutirlo, comprobar la racionabilidad del acto de fe. Solo entonces se
abrirán al misterio de Dios.
Hay también personas muy espontáneas y
vitalistas, que reaccionan con prontitud ante un mensaje esperanzador; escuchan
el evangelio y rápidamente se despierta en su corazón una respuesta confiada.
Otros, sin embargo, necesitan madurar más lentamente sus decisiones; escuchan
el mensaje cristiano, pero han de ahondar despacio en su contenido y sus
exigencias antes de asumirlo como principio inspirador de sus vidas.
Hay gentes pesimistas que subrayan
siempre los aspectos negativos de las cosas. Su fe estará probablemente teñida
de pesimismo: «Se está perdiendo la religión», «la Iglesia no reacciona», «por
qué permite Dios tanto pecado e inmoralidad?» Hay también personas optimistas
que tienden a ver lo positivo de la vida, y viven su fe con tono confiado:
«Esta crisis purificará al cristianismo», «el Espíritu de Dios sigue actuando
también hoy», «el futuro está en manos de Dios».
Hay personas de estilo más
contemplativo, con gran capacidad de «vida interior». No les resulta tan difícil
hacer silencio, escuchar a Dios en el fondo de su ser y abrirse a la acción del
Espíritu. Pero hay también personas de temperamento más bien activo. Para
éstas, la fe es, sobre todo, compromiso práctico, amor concreto al hermano,
lucha por un mundo más humano.
Hay gente de mentalidad conservadora,
que tiende a vivir la fe como una larga tradición recibida de sus padres y que
ellos han de transmitir, a su vez, a los hijos; les preocupa, sobre todo,
conservar fielmente las costumbres y guardar las tradiciones y creencias
religiosas. Otros, por el contrario, tienen la mirada puesta en el futuro. Para
ellos, la fe debería ser un principio renovador, una fuente permanente de
creatividad y de búsqueda de caminos nuevos para la acción de Dios.
El temperamento y la trayectoria de cada
uno condicionan, por tanto, el modo de creer de la persona. Cada uno tiene su
estilo de creer. En cualquier caso, Jesús le da importancia decisiva a una
cosa: Es necesario «hacer la voluntad de Dios». Esta búsqueda realista de la
voluntad de Dios caracteriza siempre al verdadero creyente.
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