La
figura de Juan Bautista
Los escritos neotestamentarios no ahorran elogios a su persona. En la boca
de Jesús ponen la proclamación de que Juan
“el mayor de los nacidos de mujer”.
Cuando se redactan esos escritos existían comunidades en torno a la
persona de Juan el Bautista. Era necesario
aclarar que el acto profético de mayor relieve de Juan Bautista fue
mostrar entre sus seguidores a Jesús, como “el que ha de venir”.
Juan es el puente entre el Antiguo y el
Nuevo Testamento. Como puente es paso para sortear barreras entre ambos
momentos del plan de salvación. Algunos utilizaron ese puente: de discípulos de
Juan se hicieron discípulos de Jesús. Otros se negaron a utilizarlo. Fueron
éstos sobre todo los representantes más genuinos de la religión judía.
La
misión de Juan
Luz y salvación. Isaías nos presenta en
la primera lectura al “llamado por su nombre” ya en el seno materno para ser
luz y salvación de todos, no sólo de los judíos. Lo ha de ser desde su
condición de siervo de Dios. San Juan en el prólogo de su evangelio se ve
obligado a realizar ciertas precisiones ante alguna confusión que existía entre
las comunidades cristianas y las seguidoras de Juan Bautista. Juan no era la
luz, sino el testigo de que la luz se
había hecho presente en Jesús de Nazaret. He ahí la misión de Juan: descubrir
dónde está la luz, en medio de la opacidad. Señalar al maestro en medio de la
confusión. A él le toca “ir delante del
Señor a preparar sus caminos...”, como proclamara su padre Zacarías, en el
cántico –que no aparece en el texto evangélico de esta Eucaristía-. Juan
proclamó en su día quién era el salvador y sigue proclamándolo hoy. Nos
corresponde atender a su anuncio. Y seguir su ejemplo: ser siervos que anuncien
quién es el salvador, no constituirnos en salvadores; indicar dónde está la luz
no ponernos como generadores de esa luz.
Bautismo
de conversión o penitencia, según diversas traducciones.
Así
resume Pablo la misión de Juan Bautista en la segunda lectura.
Penitencia o conversión que debía preparar
la llegada del Mesías. Juan es el encargado de inducir a la limpieza
interior, a la transparencia que permita, sin recovecos interiores, sin valles,
sin montañas, permitir que Cristo-luz se introduzca en lo íntimo del ser. Hoy,
también necesitamos empeñarnos en ese oscuro trabajo depurador de nuestro
interior, para convertirlo en campo donde la semilla de la Palabra encuentre
propicia la tierra, germine y fructifique.
Profeta
del Altísimo.
Así lo proclama Zacarías, el padre de
Juan, en el cántico previo a que Lucas señale cómo fue creciendo el niño. Juan
Bautista es profeta. Hoy celebramos el nacimiento de ese profeta “y más que
profeta”, que diría Jesús de él. Profeta que anuncia la salvación y el perdón
de los pecados, profeta de la “entrañable misericordia de nuestro Dios”. En
medio de tantos profetas, falsos profetas de calamidades, que diría Juan XXIII,
nos gustaría ser profetas de salvación. De auténtica salvación, la que se
descubre en el previo encuentro con Dios de entrañas misericordiosas.
Carácter
de Juan Bautista
Su carácter se afianzaba en la medida
que crecía. Lo fue afianzando dice el texto evangélico dedicando parte de su
vida al silencio y la soledad en el desierto. “La mano de Dios estaba con él”,
dice el texto; pero esa “mano de Dios”, había que discernirla en la oración, la reflexión, el
discernimiento. Vemos a Juan Bautista
como un hombre íntegro, que vive austeramente, porque sabe prescindir de lo no
esencial para centrarse en lo que sí lo es. Que no se predica a sí mismo, que
se abaja para que se eleve quien es el Mesías. Es manera de ser que fue
forjando en ese tiempo de desierto. Necesitamos el “desierto”, con su
austeridad, con tiempo para reflexión y oración, para afianzar nuestro modo de
ser, y no dejarnos llevar por pulsiones interiores que nos rebajan al buscar
ensalzarnos o consideraciones externas que nos engañen al halagarnos.
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