domingo, 24 de junio de 2018

SAN JUAN BAUTISTA





La figura de Juan Bautista

Los escritos neotestamentarios  no ahorran elogios a su persona. En la boca de Jesús ponen la proclamación de que Juan  “el mayor de los nacidos de mujer”.  Cuando se redactan esos escritos existían comunidades en torno a la persona de Juan el Bautista. Era necesario  aclarar que el acto profético de mayor relieve de Juan Bautista fue mostrar entre sus seguidores a Jesús, como “el que ha de venir”.

Juan es el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Como puente es paso para sortear barreras entre ambos momentos del plan de salvación. Algunos utilizaron ese puente: de discípulos de Juan se hicieron discípulos de Jesús. Otros se negaron a utilizarlo. Fueron éstos sobre todo los representantes más genuinos de la religión judía.

La misión de Juan

Luz y salvación. Isaías nos presenta en la primera lectura al “llamado por su nombre” ya en el seno materno para ser luz y salvación de todos, no sólo de los judíos. Lo ha de ser desde su condición de siervo de Dios. San Juan en el prólogo de su evangelio se ve obligado a realizar ciertas precisiones ante alguna confusión que existía entre las comunidades cristianas y las seguidoras de Juan Bautista. Juan no era la luz, sino el testigo de que la luz  se había hecho presente en Jesús de Nazaret. He ahí la misión de Juan: descubrir dónde está la luz, en medio de la opacidad. Señalar al maestro en medio de la confusión.  A él le toca “ir delante del Señor a preparar sus caminos...”, como proclamara su padre Zacarías, en el cántico –que no aparece en el texto evangélico de esta Eucaristía-. Juan proclamó en su día quién era el salvador y sigue proclamándolo hoy. Nos corresponde atender a su anuncio. Y seguir su ejemplo: ser siervos que anuncien quién es el salvador, no constituirnos en salvadores; indicar dónde está la luz no ponernos como generadores de esa luz.

Bautismo de conversión o penitencia, según diversas traducciones.

Así  resume Pablo la misión de Juan Bautista en la segunda lectura. Penitencia o conversión que debía preparar  la llegada del Mesías. Juan es el encargado de inducir a la limpieza interior, a la transparencia que permita, sin recovecos interiores, sin valles, sin montañas, permitir que Cristo-luz se introduzca en lo íntimo del ser. Hoy, también necesitamos empeñarnos en ese oscuro trabajo depurador de nuestro interior, para convertirlo en campo donde la semilla de la Palabra encuentre propicia la tierra, germine y fructifique.

Profeta del Altísimo. 

Así lo proclama Zacarías, el padre de Juan, en el cántico previo a que Lucas señale cómo fue creciendo el niño. Juan Bautista es profeta. Hoy celebramos el nacimiento de ese profeta “y más que profeta”, que diría Jesús de él. Profeta que anuncia la salvación y el perdón de los pecados, profeta de la “entrañable misericordia de nuestro Dios”. En medio de tantos profetas, falsos profetas de calamidades, que diría Juan XXIII, nos gustaría ser profetas de salvación. De auténtica salvación, la que se descubre en el previo encuentro con Dios de entrañas misericordiosas.

Carácter de Juan Bautista

Su carácter se afianzaba en la medida que crecía. Lo fue afianzando dice el texto evangélico dedicando parte de su vida al silencio y la soledad en el desierto. “La mano de Dios estaba con él”, dice el texto; pero esa “mano de Dios”, había que discernirla  en la oración, la reflexión, el discernimiento.  Vemos a Juan Bautista como un hombre íntegro, que vive austeramente, porque sabe prescindir de lo no esencial para centrarse en lo que sí lo es. Que no se predica a sí mismo, que se abaja para que se eleve quien es el Mesías. Es manera de ser que fue forjando en ese tiempo de desierto. Necesitamos el “desierto”, con su austeridad, con tiempo para reflexión y oración, para afianzar nuestro modo de ser, y no dejarnos llevar por pulsiones interiores que nos rebajan al buscar ensalzarnos o consideraciones externas que nos engañen al halagarnos.

domingo, 17 de junio de 2018

LA SIEMBRA


Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 4,26-34


Se parece a un hombre que echa simiente en la tierra.

No siempre somos conscientes de los profundos cambios que se van produciendo en la conciencia del hombre contemporáneo. Según diversos observadores estamos pasando de una «sociedad de creencias» en que los individuos actuaban movidos por alguna fe que les proporcionaba sentido, criterios y normas de vida, a una «sociedad de opiniones» en que cada uno tiene su propio parecer sobre la vida, sin necesidad de fundamentarla en ninguna tradición ni sistema religioso.

Las religiones van perdiendo la autoridad que han tenido durante siglos. Se ponen en cuestión los sistemas de valores que orientaban el comportamiento de las personas. Poco a poco se van abandonando «las antiguas razones de vivir». Estamos viviendo una situación inédita: los antiguos puntos de referencia no parecen servir de mucho, y los nuevos no están todavía dibujados.

No es fácil medir las consecuencias de todo esto. Olvidadas las grandes tradiciones religiosas y perdidos los marcos de referencia, cada individuo se ve obligado a buscar por su cuenta razones para vivir y dar sentido a su breve paso por este mundo. La pregunta es inevitable: ¿en qué se cree cuando se deja de creer?, ¿desde dónde orienta su vida quien abandona las «antiguas razones de vivir»?

El resultado no parece muy halagüeño. Hay sin duda personas que aciertan a orientar su vida de manera noble y digna. La mayoría, sin embargo, se va deslizando hacia la indiferencia, el escepticismo y la vida mediocre. La crisis actual los está llevando poco a poco hacia el desinterés, el olvido y el abandono de una fe que un día tuvo un significado en sus vidas. No interesan ya las grandes cuestiones, menos aún los ideales un poco nobles. Basta con vivir bien.

Jesús habla de una siembra misteriosa de la Palabra de Dios en el corazón humano. Puede parecer que hay personas en cuyo interior nadie puede sembrar hoy semilla alguna: las gentes no escuchan ya a los predicadores; las nuevas generaciones no creen en las tradiciones. Sin embargo, Dios sigue sembrando en las personas inquietud, esperanza y deseos de vida más digna. Lo hace no tanto desde los predicadores, maestros y teólogos sino, sobre todo, desde los testigos que viven su fe en Dios de manera atractiva y hasta envidiable.

domingo, 10 de junio de 2018

FORMAS DE CREER



Reflexión inspirada en el Evangelio según san Marcos 3,20-35

El que cumple la voluntad de Dios...

La fe no es una reacción automática, sino una decisión personal que ha de madurar cada individuo. Por eso, cada creyente ha de hacer su propio recorrido. No hay dos formas iguales de vivir ante el misterio de Dios.

Hay personas intuitivas que no necesitan reflexionar mucho ni detenerse en análisis complejos para captar lo esencial de la fe; saben que todos caminamos en medio de tinieblas y vislumbran que lo importante es confiar en Dios. Otros, por el contrario, necesitan razonarlo todo, discutirlo, comprobar la racionabilidad del acto de fe. Solo entonces se abrirán al misterio de Dios.

Hay también personas muy espontáneas y vitalistas, que reaccionan con prontitud ante un mensaje esperanzador; escuchan el evangelio y rápidamente se despierta en su corazón una respuesta confiada. Otros, sin embargo, necesitan madurar más lentamente sus decisiones; escuchan el mensaje cristiano, pero han de ahondar despacio en su contenido y sus exigencias antes de asumirlo como principio inspirador de sus vidas.

Hay gentes pesimistas que subrayan siempre los aspectos negativos de las cosas. Su fe estará probablemente teñida de pesimismo: «Se está perdiendo la religión», «la Iglesia no reacciona», «por qué permite Dios tanto pecado e inmoralidad?» Hay también personas optimistas que tienden a ver lo positivo de la vida, y viven su fe con tono confiado: «Esta crisis purificará al cristianismo», «el Espíritu de Dios sigue actuando también hoy», «el futuro está en manos de Dios».

Hay personas de estilo más contemplativo, con gran capacidad de «vida interior». No les resulta tan difícil hacer silencio, escuchar a Dios en el fondo de su ser y abrirse a la acción del Espíritu. Pero hay también personas de temperamento más bien activo. Para éstas, la fe es, sobre todo, compromiso práctico, amor concreto al hermano, lucha por un mundo más humano.

Hay gente de mentalidad conservadora, que tiende a vivir la fe como una larga tradición recibida de sus padres y que ellos han de transmitir, a su vez, a los hijos; les preocupa, sobre todo, conservar fielmente las costumbres y guardar las tradiciones y creencias religiosas. Otros, por el contrario, tienen la mirada puesta en el futuro. Para ellos, la fe debería ser un principio renovador, una fuente permanente de creatividad y de búsqueda de caminos nuevos para la acción de Dios.

El temperamento y la trayectoria de cada uno condicionan, por tanto, el modo de creer de la persona. Cada uno tiene su estilo de creer. En cualquier caso, Jesús le da importancia decisiva a una cosa: Es necesario «hacer la voluntad de Dios». Esta búsqueda realista de la voluntad de Dios caracteriza siempre al verdadero creyente.

domingo, 3 de junio de 2018

EUCARISTÍA Y CRISIS SOCIAL



Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 14-12-16. 22-26

Todos los cristianos lo sabemos. La eucaristía dominical se puede convertir fácilmente en un "refugio religioso" que nos protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a lo largo de la semana. Es tentador ir a misa para compartir una experiencia religiosa que nos permite descansar de los problemas, tensiones y malas noticias que nos presionan por todas partes.

A veces somos sensibles a lo que afecta a la dignidad de la celebración, pero nos preocupa menos olvidarnos de las exigencias que entraña celebrar la cena del Señor. Nos molesta que un sacerdote no se atenga estrictamente a la normativa ritual, pero podemos seguir celebrando rutinariamente la misa, sin escuchar las llamadas del Evangelio.

El riesgo siempre es el mismo: comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón, sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro.

En los próximos años se pueden ir agravando los efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La cascada de medidas que se dictan irán haciendo crecer entre nosotros una desigualdad injusta. Iremos viendo cómo personas de nuestro entorno más o menos cercano se van quedando a merced de un futuro incierto e imprevisible.

Conoceremos de cerca inmigrantes privados de una asistencia sanitaria adecuada, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por el desahucio, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro... No lo podremos evitar. O endurecemos nuestros hábitos egoístas de siempre o nos hacemos más solidarios.

La celebración de la eucaristía en medio de esta sociedad en crisis puede ser un lugar para tomar conciencia. Necesitamos liberarnos de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad.

No es normal escuchar todos los domingos a lo largo del año el Evangelio de Jesús, sin reaccionar ante sus llamadas. No podemos pedir al Padre "el pan nuestro de cada día" sin pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante la crisis.