Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 2, 1-12
"Se pusieron en camino".
El cristianismo presenta a Cristo como
portador de salvación, pero no pocos se preguntan hoy de qué nos puede «salvar»
una religión: ¿qué necesidad tenemos nosotros de una «salvación» de naturaleza
religiosa? Difícilmente podrá el hombre contemporáneo intuir las posibilidades
que encierra la experiencia religiosa si no es capaz de detectar sus dolencias
más profundas, las enfermedades que están arruinando su vida.
Uno de estos males es, sin duda, el
olvido del misterio. El hombre ha desarrollado de manera extraordinaria la
razón, pero está perdiendo sabiduría para captar el misterio. La técnica, con
su lenguaje neutral de datos y códigos, es plana y sin misterio. Los medios de
comunicación difunden una cultura del «entretenimiento», sin eco ni profundidad
alguna. Las noticias se suceden unas a otras, sin tiempo para la reflexión.
Atrae lo aparatoso o lo truculento, las emociones del «reality show», el sexo
convertido en consumo, la cultura del «usar y tirar».
Y, sin embargo, el misterio nos acompaña
de manera permanente, y no es difícil vislumbrarlo. Detrás de ese rostro que
podemos ver con nuestros ojos, está el misterio de la persona. Tras el cuerpo y
la figura del ser querido, se esconde el misterio de su afecto, su
inteligencia, su amor. Detrás de lo que podemos ver y tocar, late el misterio
de la interioridad, el espíritu, la vida. Lo que nosotros observamos es el
rostro exterior, pero «lo esencial es invisible a los ojos» (Saint-Exupéry).
Este misterio que hay en la vida no es
precisamente enigma u oscuridad; es sencillamente una realidad más profunda y
superior, que escapa a nuestra visión. No es algo opuesto a la razón; es la
cara oculta pero real de lo que nosotros percibimos, lo que da más claridad y
sentido a todo.
La vida nos remite siempre al misterio:
¿qué hay tras la armonía insondable del cosmos? ¿Hacia dónde apunta el anhelo
de bondad, belleza y verdad que late en el ser humano? ¿De dónde viene y hacia
dónde va la humanidad? ¿Con qué nombre designar ese «misterio invisible» que se
esconde detrás de todo lo que nosotros vemos o sentimos?
Las religiones responden: «El misterio
del mundo se llama Dios.» Jesús concreta: «El misterio de Dios es Amor.» Lo
profundo de la existencia no es algo tenebroso, es amor de un Dios Padre. Sin
ese misterio de Amor, la vida se convierte en laberinto, nuestros pasos se
pierden por caminos equivocados.
Los hombres se olvidan del misterio pero
Dios no se olvida de ellos. Como escribía J.M.
Rovira, Dios «se acerca a ellos buscando la rendija que el hombre mantiene
abierta a lo verdadero, a lo bueno, a lo bello, a lo humano».
Dios sigue ahí, presencia desconocida u
olvidada, sosteniendo y alentando desde el misterio la vida de todo ser humano.
El relato de los Magos buscando al Salvador es una invitación a caminar por la
vida abiertos al Absoluto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario