miércoles, 29 de junio de 2016

SAN PEDRO, EL PESCADOR




EL SERVICIO DE PEDRO

Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 16, 13-19

Jesús conversa con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán. El episodio ocupa un lugar destacado en el evangelio de Mateo. Probablemente, quiere que sus lectores no confundan las «iglesias» que van naciendo de Jesús con las «sinagogas» o comunidades judías donde hay toda clase de opiniones sobre él.

Lo primero que hay que aclarar es quién está en el centro de la Iglesia. Jesús se lo pregunta directamente a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que es vida, fuente y origen de todo lo que vive. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y gestos que ponen salud, perdón y vida nueva en la gente.

Jesús le felicita: «Dichoso tú… porque eso sólo te lo ha podido revelar mi Padre del cielo». Ningún ser humano «de carne y hueso» puede despertar esa fe en Jesús. Esas cosas las revela el Padre a los sencillos, no a los sabios y entendidos. Pedro pertenece a esa categoría de seguidores sencillos de Jesús que viven con el corazón abierto al Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de todo verdadero creyente.

Jesús hace a continuación una promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre testa piedra yo edificaré mi Iglesia». La Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es suya. Nace de él.

Pero Jesús no es un insensato que construye sobre arena. Pedro será «roca» en esta Iglesia. No por la solidez y firmeza de su temperamento pues, aunque es honesto y apasionado, también es inconstante y contradictorio. Su fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús. Pedro es prototipo de los creyentes e impulsor de la verdadera fe en Jesús.

Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Pedro no es el «Hijo del Dios vivo», sino «hijo de Jonás». La Iglesia no es suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo el la edifica con su Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos a la revelación del Padre, a no olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la verdadera fe.







domingo, 26 de junio de 2016

SIN INSTALARSE NI MIRAR ATRÁS



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 9,51-62

Seguir a Jesús es el corazón de la vida cristiana. Lo esencial. Nada hay más importante o decisivo. Precisamente por eso, Lucas describe tres pequeñas escenas para que las comunidades que lean su evangelio, tomen conciencia de que, a los ojos de Jesús, nada puede haber más urgente e inaplazable.

Jesús emplea imágenes duras y escandalosas. Se ve que quiere sacudir las conciencias. No busca más seguidores, sino seguidores más comprometidos, que le sigan sin reservas, renunciando a falsas seguridades y asumiendo las rupturas necesarias. Sus palabras plantean en el fondo una sola cuestión: ¿qué relación queremos establecer con él quienes nos decimos seguidores suyos?

Primera escena. Uno de los que le acompañan se siente tan atraído por Jesús que, antes de que lo llame, él mismo toma la iniciativa: «Te seguiré adonde vayas». Jesús le hace tomar conciencia de lo que está diciendo: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros nido», pero él «no tiene dónde reclinar su cabeza».

Seguir a Jesús es toda una aventura. Él no ofrece a los suyos seguridad o bienestar. No ayuda a ganar dinero o adquirir poder. Seguir a Jesús es "vivir en camino", sin instalarnos en el bienestar y sin buscar un falso refugio en la religión. Una Iglesia menos poderosa y más vulnerable no es una desgracia. Es lo mejor que nos puede suceder para purificar nuestra fe y confiar más en Jesús.

Segunda escena. Otro está dispuesto a seguirle, pero le pide cumplir primero con la obligación sagrada de «enterrar a su padre». A ningún judío puede extrañar, pues se trata de una de las obligaciones religiosas más importantes. La respuesta de Jesús es desconcertante: «Deja que los muertos entierren a sus muertos: tú vete a anunciar el reino de Dios».

Abrir caminos al reino de Dios trabajando por una vida más humana es siempre la tarea más urgente. Nada ha de retrasar nuestra decisión. Nadie nos ha de retener o frenar. Los "muertos", que no viven al servicio del reino de la vida, ya se dedicarán a otras obligaciones religiosas menos apremiantes que el reino de Dios y su justicia.


Tercera escena. A un tercero que quiere despedirse de su familia antes de seguirlo, Jesús le dice: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios». No es posible seguir a Jesús mirando hacia atrás. No es posible abrir caminos al reino de Dios quedándonos en el pasado. Trabajar en el proyecto del Padre pide dedicación total, confianza en el futuro de Dios y audacia para caminar tras los pasos de Jesús.


domingo, 19 de junio de 2016

¿CREEMOS EN JESÚS?




Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 9,18-24

Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesarea de Filipo: «Ustedes, quién dicen que soy yo?»

Si en las comunidades cristianas dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.

No son tiempos fáciles los nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?

Nosotros confesamos, como Pedro, que Jesús es el "Mesías de Dios", el Enviado del Padre. Es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?

Lo confesamos también "Hijo de Dios". Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos?

Llamamos a Jesús "Salvador" porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es ésta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es ésta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?

Confesamos a Jesús como nuestro único "Señor". No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos. Pero, ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿Le damos primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿Lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?

La gran tarea de los cristianos es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.


domingo, 12 de junio de 2016

MIRADA DIFERENTE



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 7,36_8,3
  
Tu fe te ha salvado. Vete en paz.

La prostituta del pueblo interrumpe de pronto el banquete organizado por un fariseo para agasajar a Jesús. En cuanto la ve, Simón la reconoce y se pone nervioso. Conoce bien a estas prostitutas que se acercan al final de los banquetes en busca de clientes.

La prostituta se dirige directamente a Jesús. No dice nada. Está conmovida. No sabe cómo expresarle su agradecimiento y rompe a llorar. Sus lágrimas riegan los pies de Jesús. Olvidándose de los presentes, se suelta la cabellera y se los seca. Besa una y otra vez aquellos pies queridos, y, abriendo un pequeño frasco que lleva colgando de su cuello, se los unge con perfume.

El fariseo contempla la escena horrorizado. Su mirada de hombre experto en la ley sólo ve en aquella mujer una «pecadora» indigna que está contaminando la pureza de los comensales. No repara en sus lágrimas. Sólo ve en ella los gestos de una mujer de su oficio que sólo sabe soltarse el cabello, besar, acariciar y seducir con sus perfumes.

Su mirada de desprecio le impide, al mismo tiempo, reconocer en Jesús al profeta de la compasión de Dios. Su acogida y su ternura hacia esta mujer lo desconciertan. No puede ser un profeta.

La mirada de Jesús es diferente. En aquel comportamiento que tanto escandaliza al «moralista» Simón, él sólo ve el amor y el agradecimiento grande de una mujer que se sabe muy querida y perdonada por Dios. Por eso se deja tocar y querer por ella. Le ofrece el perdón de Dios. Le ayuda a descubrir dentro de sí misma una fe que la está salvando y le anima a vivir en paz.

Jesús no fue visto nunca como representante de la norma sino como profeta de la compasión de Dios. Por eso, en el movimiento de los que hoy tratamos de seguirle, no necesitamos «maestros» que desprecien a los pecadores y descalifiquen a los «profetas» de la compasión de Dios.

Necesitamos cristianos que miren a los marginados morales, los desviados y los indeseables con los ojos con que los miraba Jesús.


Dichosos los que están junto a ellos y ellas sosteniendo su dignidad humana y despertando su fe en ese Dios que los ama, entiende y perdona como nosotros no sabemos hacerlo. 

domingo, 5 de junio de 2016

CRISIS



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 7,11-17

No llores.

Desde que nacemos, no hacemos otra cosa que buscar, anhelar, reclamar algo que no poseemos, pero que necesitamos para vivir con plenitud. Nuestro error está en pensar que podemos saciar los anhelos más hondos del corazón satisfaciendo nuestras pequeñas necesidades de cada día. Por eso, no es malo sentir la sacudida de la crisis que nos advierte de nuestro error.

A veces, la crisis no es una ruptura desgarradora. Sólo el «mal sabor» que va dejando en nosotros una existencia vivida de manera frívola y mediocre.

Tengo de todo, podría ser feliz, ¿de dónde me brota esa fastidiosa sensación de vacío y falsedad? ¿Por qué esa nostalgia a veces tan fuerte de algo diferente, más bello y auténtico que todo lo que me rodea?

Otras veces, es el cansancio, la insatisfacción de vivir haciendo siempre lo mismo y del mismo modo, la frustración de vivir de manera repetitiva y mecánica. ¿Eso es todo? ¿Me he de contentar con levantarme, trabajar, descansar el fin de semana y volver de nuevo a repetir el mismo recorrido? ¿Qué es lo que anhela mi ser?

Tarde o temprano, llega también la crisis que rompe nuestra seguridad.

Vivíamos tranquilos, sin problemas ni preocupaciones. Todo parecía asegurado para siempre. De pronto, la sombra de una enfermedad grave, la muerte de un ser querido, la crisis de la pareja... ¿por qué no hay paz duradera? Una cosa es clara: mis deseos no tienen límite, pero yo soy frágil y limitado. En el fondo, ¿no estoy deseando algo que supera todo lo que conozco?

Estoy convencido de que son muchas las personas que experimentan algo de esto más de una vez en su vida, aunque luego no hablen de ello ni sepan cómo explicarlo a otros. Pero estas crisis se dan y son importantes porque crean un espacio para hacernos preguntas, para liberarnos de engaños y para enraizar mejor nuestra vida en lo esencial.

Los evangelistas nos presentan a Jesús como fuente de esperanza en medio de las crisis del ser humano. En el relato de Lucas se nos dice que Jesús se encuentra con un entierro en las afueras de Naim. Sus ojos se fijan en una mujer rota por la desgracia: una viuda sola y desamparada que acaba de perder a su único hijo. Jesús sólo le dice dos palabras: «No llores». Siempre es posible la esperanza.