Reflexión
inspirada en el evangelio según san Juan 20,19-23
Recibid el Espíritu Santo.
Según la tradición bíblica, el mayor
pecado de una persona es vivir con un «corazón cerrado» y endurecido, un
«corazón de piedra» y no de carne: un corazón obstinado y torcido, un corazón
poco limpio. Quien vive «cerrado», no puede acoger el Espíritu de Dios; no
puede dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está «cerrado»,
nuestros ojos no ven, nuestros oídos no oyen. Vivimos separados de la vida,
desconectados. El mundo y las personas están «ahí fuera» y yo estoy «aquí
dentro». Una frontera invisible nos separa del Espíritu de Dios que lo alienta
todo; es imposible sentir la vida como la sentía Jesús. Sólo cuando nuestro corazón
se abre, comenzamos a captarlo todo a la luz de Dios.
Cuando nuestro corazón está «cerrado»,
vivimos volcados sobre nosotros mismos, insensibles a la admiración y la acción
de gracias. Dios nos parece un problema y no el Misterio que lo llena todo. Sólo
cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a intuir a ese Dios «en quien vivimos, nos movemos y existimos».
Sólo entonces comenzamos a invocarlo como «Padre»,
con el mismo Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está «cerrado»,
en nuestra vida no hay compasión. No sabemos sentir el sufrimiento de los
demás. Vivirnos indiferentes a los abusos e injusticias que destruyen la
felicidad de tanta gente. Sólo cuando nuestro corazón se abre, empezamos a
intuir con qué ternura y compasión mira Dios a las personas. Sólo entonces
escuchamos la principal llamada de Jesús: «Sed
compasivos como vuestro Padre».
Pablo de Tarso formuló de manera
atractiva una convicción que se vivía entre los primeros cristianos: «El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». ¿Lo
podernos experimentar también hoy? Lo decisivo es abrir nuestro corazón. Por
eso, nuestra primera invocación al Espíritu ha de ser ésta: «Danos un corazón
nuevo, un corazón de carne, sensible y compasivo, un corazón transformado por
Jesús».
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