domingo, 29 de mayo de 2016

CADA DOMINGO





Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 9,11b-17

Comieron todos y se saciaron.

Para celebrar la eucaristía dominical no basta con seguir las normas prescritas o pronunciar las palabras obligadas. No basta tampoco cantar, santiguarse o damos la paz en el momento adecuado. Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente sin comulgar con Cristo; damos la paz sin reconciliamos con nadie. ¿Cómo vivir la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?

Para empezar, es necesario escuchar desde dentro con atención y alegría la Palabra de Dios y, en concreto, el evangelio de Jesús. Durante la semana hemos visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos leído la prensa. Vivimos aturdidos por toda clase de mensajes, voces, ruidos, noticias, información y publicidad. Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure por dentro.

Es un respiro escuchar las palabras directas y sencillas de Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos liberan de engaños, miedos y egoísmos que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir con más sencillez y dignidad, con más sentido y esperanza. Es una suerte hacer el recorrido de la vida guiados cada domingo por la luz del evangelio.

La plegaria eucarística constituye el momento central. No nos podemos distraer. «Levantamos el corazón» para dar gracias a Dios. Es bueno, es justo y necesario agradecer a Dios por la vida, por la creación entera, por el regalo que es Jesucristo. La vida no es sólo trabajo, esfuerzo y agitación. Es también celebración, acción de gracias y alabanza a Dios. Es un respiro reunimos cada domingo para sentir la vida como regalo y dar gracias al Creador.

La comunión con Cristo es decisiva. Es el momento de acoger a Jesús en nuestra vida para experimentarlo en nosotros, para identificamos con él y para dejamos trabajar, consolar y fortalecer por su Espíritu.

Todo esto no lo vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos juntos el Padrenuestro sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie le falte el pan ni el perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos. 

domingo, 22 de mayo de 2016

¿CÓMO VIVIR LA TRINIDAD?



Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 16,12-15
  
Todo lo que tiene el Padre es mío.

El Padre es el misterio insondable de amor que da origen a todo lo que vive. Él es la fuente oculta que no tiene origen y de la que nace todo lo bueno, lo bello y misericordioso. En él comienza todo lo que es vida y amor. El Padre no sabe sino darse y dar gratuitamente y sin condiciones. Él es así. Él está conduciendo todo a la victoria definitiva de la vida.

Creer en un Dios Padre es saberse acogido. Dios me acepta como soy. Sólo quiere mi vida y mi dicha eterna. Puedo vivir con confianza y sin temor. No conoceré la experiencia más terrible e insoportable para un ser humano: sentirse rechazado por todos, no ser aceptado por nadie. Dios es mi Padre. Nunca seré un extraño para Dios, sino un hijo.

El Hijo existe recibiéndose totalmente del Padre. Él es así. Pura acogida, respuesta perfecta al Padre, reflejo fiel de su amor. Por eso, no se apropia de nada. Recibe la vida como regalo y la difunde sobre nosotros y la creación entera. El Hijo es nuestro hermano mayor, el que nos revela el rostro verdadero del Padre y nos enseña el camino hacia él.

Creer en un Dios Hijo es saberse acompañado. No estamos solos ante Dios, perdidos y desorientados, sin saber cómo situarnos ante su misterio. El Hijo de Dios hecho hombre nos enseña a vivir acogiendo y difundiendo el amor del Padre. Enraizados en él no conoceremos la experiencia destructora de la soledad. Quien no sabe recibir amor, no sabe lo que es vivir. Quien no sabe dar amor, se muere.

El Espíritu Santo es comunión del Padre y el Hijo, abrazo recíproco, amor compartido, compenetración mutua. Él es así. Desbordamiento del amor, fuerza creadora y renovadora, energía amorosa que lo transforma todo.

Creer en Dios Espíritu Santo es saberse habitado por el amor. No estamos vacíos y sin núcleo interior, indefensos ante nuestro propio egoísmo. Nos habita el dinamismo del amor. El Espíritu nos mantiene en comunión con el Padre y con el Hijo. Él nos consuela, nos renueva y mantiene vivo en nosotros el deseo de Dios reinando en un mundo más humano y fraterno.



domingo, 15 de mayo de 2016

ABRIR EL CORAZÓN



Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 20,19-23 

Recibid el Espíritu Santo.

Según la tradición bíblica, el mayor pecado de una persona es vivir con un «corazón cerrado» y endurecido, un «corazón de piedra» y no de carne: un corazón obstinado y torcido, un corazón poco limpio. Quien vive «cerrado», no puede acoger el Espíritu de Dios; no puede dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.

Cuando nuestro corazón está «cerrado», nuestros ojos no ven, nuestros oídos no oyen. Vivimos separados de la vida, desconectados. El mundo y las personas están «ahí fuera» y yo estoy «aquí dentro». Una frontera invisible nos separa del Espíritu de Dios que lo alienta todo; es imposible sentir la vida como la sentía Jesús. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a captarlo todo a la luz de Dios.

Cuando nuestro corazón está «cerrado», vivimos volcados sobre nosotros mismos, insensibles a la admiración y la acción de gracias. Dios nos parece un problema y no el Misterio que lo llena todo. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a intuir a ese Dios «en quien vivimos, nos movemos y existimos». Sólo entonces comenzamos a invocarlo como «Padre», con el mismo Espíritu de Jesús.

Cuando nuestro corazón está «cerrado», en nuestra vida no hay compasión. No sabemos sentir el sufrimiento de los demás. Vivirnos indiferentes a los abusos e injusticias que destruyen la felicidad de tanta gente. Sólo cuando nuestro corazón se abre, empezamos a intuir con qué ternura y compasión mira Dios a las personas. Sólo entonces escuchamos la principal llamada de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre».

Pablo de Tarso formuló de manera atractiva una convicción que se vivía entre los primeros cristianos: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». ¿Lo podernos experimentar también hoy? Lo decisivo es abrir nuestro corazón. Por eso, nuestra primera invocación al Espíritu ha de ser ésta: «Danos un corazón nuevo, un corazón de carne, sensible y compasivo, un corazón transformado por Jesús».


domingo, 8 de mayo de 2016

EL ÚLTIMO GESTO



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 24,46-53

Levantando las manos, los bendijo.

Jesús era realista. Sabía que no podía transformar de un día para otro aquella sociedad donde veía sufrir a tanta gente. No tenía poder político ni religioso para provocar un cambio revolucionario. Sólo tenía su palabra, sus gestos y su fe grande en el Dios de los que sufren.

Por eso le gusta tanto hacer gestos de bondad. Abraza a los niños de la calle para que no se sientan huérfanos. Toca a los leprosos para que no se vean excluidos de las aldeas. Acoge amistosamente a su mesa a pecadores e indeseables para que no se sientan despreciados.

No son gestos convencionales. Le salen desde su voluntad de hacer un mundo más amable y solidario en el que las personas se ayuden y se cuiden mutuamente. No importa que sean gestos pequeños. Dios tiene en cuenta hasta el vaso de agua que damos a quien tiene sed.

A Jesús le gusta sobre todo bendecir. Bendice a los pequeños y bendice sobre todo a los enfermos y desgraciados. Su gesto está cargado de fe y de amor. Desea envolver a los que más sufren con la compasión, la protección y la bendición de Dios.

No es extraño que, al narrar la despedida de Jesús, Lucas la describa levantando sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sus seguidores quedan envueltos en su bendición.

Hace ya mucho tiempo que lo hemos olvidado, pero la Iglesia ha de ser en medio del mundo una fuente de bendición. En un mundo donde es tan frecuente maldecir, condenar, hacer daño y denigrar, es más necesaria que nunca la presencia de seguidores de Jesús que sepan bendecir, buscar el bien, hacer el bien, atraer hacia el bien.


Una Iglesia fiel a Jesús está llamada a sorprender a la sociedad con gestos públicos de bondad, rompiendo esquemas y distanciándose de estrategias, estilos de actuación y lenguajes agresivos que nada tienen que ver con Jesús, el profeta que bendecía a las gentes con sus gestos y palabras de bondad.

domingo, 1 de mayo de 2016

ULTIMOS DESEOS DE JESÚS



Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 14,23-29

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ve tristes y acobardados. Todos saben que están viviendo las últimas horas con su Maestro. ¿Qué sucederá cuando les falte? ¿A quién acudirán? ¿Quién los defenderá? Jesús quiere infundirles ánimo descubriéndoles sus últimos deseos.

Que no se pierda mi Mensaje. Es el primer deseo de Jesús. Que no se olvide su Buena Noticia de Dios. Que sus seguidores mantengan siempre vivo el recuerdo del proyecto humanizador del Padre: ese “reino de Dios” del que les ha hablado tanto. Si le aman, esto es lo primero que han de cuidar: “el que me ama, guardará mi palabra...el que no me ama, no la guardará”.

Después de veinte siglos, ¿qué hemos hecho del Evangelio de Jesús? ¿Lo guardamos fielmente o lo estamos manipulando desde nuestros propios intereses? ¿Lo acogemos en nuestro corazón o lo vamos olvidando? ¿Lo presentamos con autenticidad o lo ocultamos con nuestras doctrinas?

El Padre les enviará en mi nombre un Defensor. Jesús no quiere que se queden huérfanos. No sentirán su ausencia. El Padre les enviará el Espíritu Santo que los defenderá de riesgo de desviarse de él. Este Espíritu que han captado en él, enviándolo hacia los pobres, los impulsará también a ellos en la misma dirección.

El Espíritu les “enseñará” a comprender mejor todo lo que les ha enseñado. Les ayudará a profundizar cada vez más su Buena Noticia. Les “recordará” lo que le han escuchado. Los educará en su estilo de vida.

Después de veinte siglos, ¿qué espíritu reina entre los cristianos? ¿Nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús? ¿Sabemos actualizar su Buena Noticia? ¿Vivimos atentos a los que sufren? ¿Hacia dónde nos impulsa hoy su aliento renovador?

Les doy mi paz. Jesús quiere que vivan con la misma paz que han podido ver en él, fruto de su unión íntima con el Padre. Les regala su paz. No es como la que les puede ofrecer el mundo. Es diferente. Nacerá en su corazón si acogen el Espíritu de Jesús.

Esa es la paz que han de contagiar siempre que lleguen a un lugar. Lo primero que difundirán al anunciar el reino de Dios para abrir caminos a un mundo más sano y justo. Nunca han de perder esa paz. Jesús insiste: “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.

Después de veinte siglos, ¿por qué nos paraliza el miedo al futuro? ¿Por qué tanto recelo ante la sociedad moderna? Hay mucha gente que tiene hambre de Jesús. Con el Papa Francisco,todo nos está invitando a caminar hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a su Evangelio. No podemos quedarnos pasivos.