Reflexión
inspirada en el evangelio según san Juan 13,31-33a. 34-35
"Como yo los he amado"
Pocas veces se habrá hablado tanto del
amor y se habrá falseado al mismo tiempo tanto su contenido más hondo y humano.
Hay revistas de amor, canciones de amor,
películas de amor, citas de amor, cartas de amor, técnicas para «hacer el
amor»... Pero, ¿qué es el amor? ¿Cómo se vive y se alimenta el amor?
Cualquier observador sereno de nuestra
sociedad sabe que tantas cosas a las que se llama hoy «amor» no son en realidad
sino otras tantas formas de desintegrar el verdadero amor.
Hay quienes llaman amor al contacto
fugaz y trivial de dos personas que se «disfrutan» mutuamente vacías de
ternura, afecto y mutua entrega.
Para otros, amor no es sino una hábil
manera de someter a otro a sus intereses ocultos y sus satisfacciones egoístas.
No pocos creen vivir el amor cuando sólo
buscan en realidad un refugio y un remedio para una sensación de soledad que,
de otro modo, les resultaría insoportable.
Bastantes creen encontrar el amor en una
relación satisfactoria donde la mutua tolerancia y el intercambio de
satisfacciones los une frente a un mundo hostil y amenazador.
Pero en esta sociedad donde se corre con
frecuencia tras ese ideal descrito por A.
Huxley del hombre bien alimentado, bien vestido, sexualmente satisfecho y
con posibilidad de divertirse intensamente, son ya bastante los que
experimentan la verdad de la fina observación de A. Saint-Exupéry: «Los hombres compran cosas hechas a los
mercaderes. Pero, como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no
tienen amigos».
Es en esta sociedad donde los creyentes
hemos de escuchar la actualidad de las palabras de Jesús: “Les doy un
mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado,
ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que
ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”.
Los cristianos estamos llamados a
distinguimos no por un saber particular, por una doctrina ni por la observancia
de unos ritos o unas leyes. Nuestra verdadera identidad y distintivo se basa en
nuestro modo de amar.
Se nos tiene que conocer por nuestro
estilo de amar que tiene como criterio y punto de referencia el modo de amar de
Jesús.
Un amor, por tanto, desinteresado, que
sabe acoger y ponerse al servicio del otro, sin límites ni discriminaciones. Un
amor que sabe afirmar la vida, el crecimiento, la libertad y la felicidad de
los demás.
Esta es la tarea gozosa del creyente en
esta sociedad donde se falsifica tanto el amor. Desarrollar nuestra capacidad
de amar siguiendo el estilo de Jesús.
El que se adentre por este camino
descubrirá que sólo el amor hace que la vida merezca ser vivida y que sólo
desde el verdadero amor es posible experimentar la gran alegría de vivir.
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