DÍA DE TODOS LOS SANTOS
Reflexión inspirada
en el Evangelio según san Mateo 5, 1-12ª
Nadie sabe dar una respuesta demasiado
clara cuando se nos pregunta por la felicidad. ¿Qué es de verdad la felicidad?
¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos?
Ciertamente no es fácil acertar a ser
feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. No basta conseguir lo que
uno andaba buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. Cuando uno ha
conseguido lo que quería, descubre que está de nuevo buscando ser feliz.
También es claro que la felicidad no se
puede comprar. No se la puede adquirir en ninguna planta de ningún gran
almacén, como tampoco la alegría, la amistad o la ternura. Con dinero sólo
podemos comprar apariencia de felicidad.
Por eso, hay tantas personas tristes en
nuestras calles. La felicidad ha sido sustituida por el placer, la comodidad y
el bienestar. Pero nadie sabe cómo devolverle al hombre de hoy el gozo, la
libertad, la experiencia de plenitud.
Nosotros tenemos nuestras
«bienaventuranzas». Suenan así: Dichosos los que tienen una buena cuenta
corriente, los que se pueden comprar el último modelo, los que siempre
triunfan, a costa de lo que sea, los que son aplaudidos, los que disfrutan de
la vida sin escrúpulos, los que se desentienden de los problemas...
Jesús ha puesto nuestra «felicidad»
cabeza abajo. Ha dado un vuelco total a nuestra manera de entender la vida y
nos ha descubierto que estamos corriendo «en dirección contraria».
Hay otro camino verdadero para ser
feliz, que a nosotros nos parece falso e increíble. La verdadera felicidad es
algo que uno se la encuentra de paso, como fruto de un seguimiento sencillo y
fiel a Jesús.
¿En qué creer? ¿En las bienaventuranzas
de Jesús o en los reclamos de felicidad de nuestra sociedad?
Tenemos que elegir entre estos dos
caminos. O bien, tratar de asegurar nuestra pequeña felicidad y sufrir lo menos
posible, sin amar, sin tener piedad de nadie, sin compartir... O bien, amar...
buscar la justicia, estar cerca del que sufre y aceptar el sufrimiento que sea
necesario, creyendo en una felicidad más profunda.
Uno se va haciendo creyente cuando va
descubriendo prácticamente que el hombre es más feliz cuando ama, incluso
sufriendo, que cuando no ama y por lo tanto no sufre por ello.
Es una equivocación pensar que el
cristiano está llamado a vivir sacrificándose más que los demás, de manera más
infeliz que los otros. Ser cristiano, por el contrario, es buscar la verdadera
felicidad por el camino señalado por Jesús. Una felicidad que comienza aquí,
aunque alcanza su plenitud en el encuentro final con Dios.
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