Reflexión
inspirada en el evangelio según san Lucas 24, 1–8
Podemos ignorarla. No hablar de ella.
Vivir intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero no lo podemos
evitar. Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares
arrebatándonos a nuestros seres más queridos.
¿Cómo reaccionar ante ese accidente que
se nos lleva para siempre a nuestro hijo? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía
del esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van
dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?
La muerte es como una puerta que traspasa
cada persona a solas. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para
siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos
pierde ahora en el misterio. ¿Cómo vivir esa experiencia de impotencia,
desconcierto y pena inmensa?
No es fácil. Durante estos años hemos
ido cambiando mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más
vulnerables. Más escépticos, pero también más necesitados. Sabemos mejor que
nunca que no podemos darnos a nosotros mismos todo lo que en el fondo anhela el
ser humano.
Por eso quiero recordar, precisamente en
esta sociedad, unas palabras de Jesús que sólo pueden resonar en nosotros, si
somos capaces de abrirnos con humildad al misterio último que nos envuelve a
todos: «No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí».
Creo que casi todos, creyentes, poco
creyentes, menos creyentes o malos creyentes, podemos hacer dos cosas ante la
muerte: llorar y rezar. Cada uno y cada una, desde su pequeña fe. Una fe
convencida o una fe vacilante y casi apagada. Nosotros tenemos muchos problemas
con nuestra fe, pero Dios no tiene problema alguno para entender nuestra
impotencia y conocer lo que hay en el fondo de nuestro corazón.
Cuando tomo parte en un funeral, suelo
pensar que, seguramente, los que nos reunimos allí, convocados por la muerte de
un ser querido, podemos decirle así:
«Estamos aquí
porque te seguimos queriendo,
pero ahora no
sabemos qué hacer por ti.
Nuestra fe es
pequeña y débil.
Te confiamos al
misterio de la Bondad de Dios.
Él es para ti un
lugar más seguro
que todo lo que
nosotros te podemos ofrecer.
Sé feliz.
Dios te quiere
como nosotros no hemos sabido quererte.
Te dejamos en sus manos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario