Reflexión
inspirada en el evangelio según san Mateo 18, 21-35
Hasta setenta veces siete.
Se la llama «parábola del siervo
sin entrañas», porque trata de un hombre que, habiendo sido perdonado por el
rey de una deuda imposible de pagar, es incapaz de perdonar a su vez a un
compañero que le debe una pequeña cantidad. El relato parece sencillo y claro.
Sin embargo, los autores siguen discutiendo sobre su sentido original, pues la
desafortunada aplicación de Mateo no encaja bien con la llamada de Jesús a
«perdonar hasta setenta veces siete».
La parábola que había empezado de
manera tan prometedora, con el perdón del rey, acaba trágicamente. Todo termina
mal. El gesto del rey no logra introducir un comportamiento más compasivo entre
sus subordinados. El siervo perdonado no sabe compadecerse de su compañero. Los
demás siervos no se lo perdonan y piden al rey que haga justicia. El rey,
indignado, retira su perdón y entrega al siervo a los verdugos.
Por un momento, parecía que podía
haber comenzado una era nueva de comprensión y mutuo perdón. No es así. Al
final, la compasión queda anulada por todos. Ni el siervo, ni sus compañeros,
ni siquiera el rey escuchan la llamada del perdón. Éste ha hecho un gesto
inicial, pero tampoco sabe perdonar «setenta veces siete».
¿Qué está sugiriendo Jesús? A veces
pensamos ingenuamente que el mundo sería más humano si todo estuviera regido
por el orden, la estricta justicia y el castigo de los que actúan mal. Pero,
¿no construiríamos así un mundo tenebroso? ¿Qué sería una sociedad donde
quedara suprimido de raíz el perdón? ¿Qué sería de nosotros si Dios no supiera
perdonar?
La negación del perdón nos parece
la reacción más normal y hasta la más digna ante la ofensa, la humillación o la
injusticia. No es eso, sin embargo, lo que humanizará al mundo. Una pareja sin
mutua comprensión se destruye; una familia sin perdón es un infierno. Una
sociedad sin compasión es inhumana.
La parábola de Jesús es una especie
de «trampa». A todos nos parece que el siervo perdonado por el rey «debía»
perdonar a su compañero. Es lo menos que se le puede exigir. Pero entonces, ¿no
es el perdón lo menos que se puede esperar de quien vive del perdón y la
misericordia de Dios? Nosotros hablamos del perdón como un gesto admirable y
heroico. Para Jesús era lo más normal.
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