EL ATRACTIVO DE JESÚS
Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 12,20-33
Unos peregrinos griegos que han venido a
celebrar la Pascua de los judíos se acercan a Felipe con una petición:
«Queremos ver a Jesús». No es curiosidad. Es un deseo profundo de conocer el
misterio que se encierra en aquel hombre de Dios. También a ellos les puede
hacer bien.
A Jesús se le ve preocupado. Dentro de
unos días será crucificado. Cuando le comunican el deseo de los peregrinos
griegos, pronuncia unas palabras desconcertantes: «Llega la hora de que sea
glorificado el Hijo del Hombre». Cuando sea crucificado, todos podrán ver con
claridad dónde está su verdadera grandeza y su gloria.
Probablemente nadie le ha entendido
nada. Pero Jesús, pensando en la forma de muerte que le espera, insiste:
«Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». ¿Qué es lo
que se esconde en el crucificado para que tenga ese poder de atracción? Sólo
una cosa: su amor increíble a todos.
El amor es invisible. Sólo lo podemos
ver en los gestos, los signos y la entrega de quien nos quiere bien. Por eso,
en Jesús crucificado, en su vida entregada hasta la muerte, podemos percibir el
amor insondable de Dios. En realidad, sólo empezamos a ser cristianos cuando
nos sentimos atraídos por Jesús. Sólo empezamos a entender algo de la fe cuando
nos sentimos amados por Dios.
Para explicar la fuerza que se encierra
en su muerte en la cruz, Jesús emplea una imagen sencilla que todos podemos
entender: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero
si muere, da mucho fruto». Si el grano muere, germina y hace brotar la vida,
pero si se encierra en su pequeña envoltura y guarda para sí su energía vital,
permanece estéril.
Esta bella imagen nos descubre una ley
que atraviesa misteriosamente la vida entera. No es una norma moral. No es una
ley impuesta por la religión. Es la dinámica que hace fecunda la vida de quien
sufre movido por el amor. Es una idea repetida por Jesús en diversas ocasiones:
Quien se agarra egoístamente a su vida, la echa a perder; quien sabe entregarla
con generosidad genera más vida.
No es difícil comprobarlo. Quien vive
exclusivamente para su bienestar, su dinero, su éxito o seguridad, termina
viviendo una vida mediocre y estéril: su paso por este mundo no hace la vida
más humana. Quien se arriesga a vivir en actitud abierta y generosa, difunde
vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una manera más apasionante de
vivir que hacer la vida de los demás más humana y llevadera. ¿Cómo podremos
seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario