PELIGROSO
Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 21, 33-43
Un pueblo que produzca sus
frutos.
Cuando el año setenta las tropas romanas
destruyeron Jerusalén y el pueblo judío desapareció como nación, los cristianos
hicieron una lectura terrible de este trágico hecho. Israel, aquel pueblo tan
querido por Dios, no ha sabido responder a sus llamadas. Sus dirigentes
religiosos han ido matando a los profetas enviados por él; han crucificado, por
último, a su propio Hijo. Ahora, Dios los abandona y permite su destrucción:
Israel será sustituido por la Iglesia cristiana.
Así leían los primeros cristianos la
parábola de los «viñadores homicidas», dirigida por Jesús a los sumos
sacerdotes de Israel. Los labradores encargados de cuidar la «viña del Señor»
van matando uno tras otro a los criados que él les envía para recoger los
frutos. Por último, matan también al hijo del propietario con la intención de
suprimir al heredero y quedarse con la viña. El señor no puede hacer otra cosa
que darles muerte y entregar su viña a otros labradores más fieles.
Esta parábola no fue recogida por los
evangelistas para alimentar el orgullo de la Iglesia, nuevo Israel, frente al
pueblo judío derrotado por Roma y dispersado por todo el mundo. La preocupación
era otra: ¿Le puede suceder a la Iglesia cristiana lo mismo que le sucedió al
antiguo Israel? ¿Puede defraudar las expectativas de Dios? Y si la Iglesia no
produce el fruto que él espera, ¿qué caminos seguirá Dios para llevar a cabo
sus planes de salvación?
El peligro siempre es el mismo. Israel
se sentía seguro: tenían las Escrituras Sagradas; poseían el Templo; se
celebraba escrupulosamente el culto; se predicaba la Ley; se defendían las
instituciones. No parecía necesitarse nada nuevo. Bastaba conservarlo todo en
orden. Es lo más peligroso que le puede suceder a una religión: que se ahogue
la voz de los profetas y que los sacerdotes, sintiéndose los dueños de la «viña
del señor», quieran administrarla como propiedad suya.
Es también nuestro peligro. Pensar que
la fidelidad de la Iglesia está garantizada por pertenecer a la Nueva Alianza.
Sentirnos seguros por tener a Jesús en propiedad. Sin embargo, Dios no es
propiedad de nadie. Su viña le pertenece sólo a él. Y si la Iglesia no produce
los frutos que él espera, Dios seguirá abriendo nuevos caminos de salvación.
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