Reflexión inspirada en el Evangelio según san Mateo 22, 1-14
"A todos los que encontréis, convídenlos a la boda"
Lo dicen todos los estudios. La religión
está en crisis en las sociedades desarrolladas de Occidente. Son cada vez menos
los que se interesan por las creencias religiosas. Las elaboraciones de los
teólogos no tienen apenas eco alguno. Los jóvenes abandonan las prácticas
rituales. La sociedad se desliza hacia una indiferencia creciente.
Hay, sin embargo, algo que nunca ha de
olvidar el creyente. Dios no está en crisis. Esa Realidad suprema hacia la que
apuntan las religiones con nombres diferentes (Dios, Yahvé, Alah...) sigue viva
y operante. Dios está también hoy en contacto inmediato con cada ser humano con
una cercanía insuperable. La crisis de lo religioso no puede impedir que Dios
se siga ofreciendo a cada persona en el fondo misterioso de su conciencia.
Desde esta perspectiva, es un error
«demonizar» en exceso la actual crisis religiosa como si fuera una situación
imposible para la acción salvadora de Dios. No es así. Cada contexto
socio-cultural tiene sus condiciones más o menos favorables para el desarrollo
de una determinada religión, pero el ser humano mantiene intactas sus
posibilidades de abrirse al Misterio último de la vida, que le interpela desde
lo íntimo de su conciencia.
La parábola de «los invitados a la boda»
nos lo recuerda de manera concluyente. Dios no excluye a nadie. Su único anhelo
es que la historia humana termine en una fiesta gozosa. Su único deseo, que la
sala espaciosa del banquete se llene de invitados. Todo está ya preparado.
Nadie puede impedir a Dios que haga llegar a todos su invitación.
Es cierto que la llamada religiosa
encuentra rechazo en no pocos, pero la invitación de Dios no se detiene. La
pueden escuchar todos, «buenos y malos», los que viven en «la ciudad» y los que
andan perdidos «por los cruces de los caminos». Toda persona que escucha la
llamada del bien, el amor y la justicia está acogiendo a Dios.
Pienso en tantas personas que lo ignoran
casi todo de Dios. Sólo conocen una caricatura de lo religioso. Nunca podrán
sospechar «la alegría de creer». Estoy seguro de que Dios está vivo y operante
en lo más íntimo de su ser. Estoy convencido de que muchos de ellos acogen su
invitación por caminos que a mí se me escapan.
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