SIN AGUIJÓN
Reflexión
inspirada en el evangelio según san Mateo 10,37-42
“Quien no toma su cruz y
me sigue, no es digno de mí”
Uno de los mayores riesgos del
cristianismo actual es ir pasando poco a poco de la «religión de la Cruz» a una
«religión del bienestar». Hace unos años tomé nota de unas palabras de Reinhoid
Niebuhr, que me hicieron pensar mucho. Hablaba el teólogo norteamericano del
peligro de una «religión sin agujón» que terminará predicando a «un Dios sin
cólera que conduce a unos hombres sin pecado hacia un reino sin juicio por
medio de un Cristo sin cruz». El peligro es real y lo hemos de evitar.
Insistir en el amor incondicional de un
Dios Amigo no ha de significar nunca fabricarnos un Dios a nuestra
conveniencia, el Dios permisivo que legitime una «religión burguesa» (J. B.
Metz). Ser cristiano no es buscar el Dios que me conviene y me dice «sí» a
todo, sino el Dios que, precisamente por ser Amigo, despierta mi
responsabilidad y, más de una vez, me hace sufrir, gritar y callar.
Descubrir el evangelio como fuente de
vida y estímulo de crecimiento sano no significa entender la fe cristiana como
una «inmunización» frente al sufrimiento. El evangelio no es un complemento
tranquilizante para una vida organizada al servicio de nuestros fantasmas de
placer y bienestar. Cristo hace gozar y hace sufrir, consuela e inquieta, apoya
y contradice. Sólo así es camino, verdad y vida.
Creer en un Dios Salvador que, ya desde
ahora y sin esperar al más allá, busca liberamos de lo que nos hace daño, no ha
de llevarnos a entender la fe cristiana como una religión de uso privado al
servicio de los propios problemas y sufrimientos. El Dios de Jesucristo nos
pone siempre mirando al que sufre. El evangelio no centra a la persona en su
propio sufrimiento sino en el de los otros. Sólo así se vive la fe como
experiencia de salvación.
En la fe como en el amor todo suele
andar muy mezclado: la entrega confiada y el deseo de posesión, la generosidad
y el egoísmo. Por eso, no hemos de borrar del evangelio esas palabras de Jesús
que, por duras que parezcan, nos ponen ante la verdad de nuestra fe: «El que no
toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la
perderá y el que pierda su vida por mí la encontrará».
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