Reflexión inspirada en el evangelio
según san Mateo 3,1-12
Por los años 27 o 28 apareció en el
desierto del Jordán un profeta original e independiente que provocó un fuerte
impacto en el pueblo judío: las primeras generaciones cristianas lo vieron
siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús.
Todo su mensaje se puede concentrar en
un grito: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Después de
veinte siglos, el Papa Francisco nos está gritando el mismo mensaje a los
cristianos: Abran caminos a Dios, vuelvan a Jesús, acojan el Evangelio.
Su propósito es claro: “Busquemos ser
una Iglesia que encuentra caminos nuevos”. No será fácil. Hemos vivido estos
últimos años paralizados por el miedo. El Papa no se sorprende: “La novedad nos
da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo
bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos
nuestra vida”. Y nos hace una pregunta a la que hemos de responder: “¿Estamos
decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o
nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de
respuesta?“.
Algunos sectores de la Iglesia piden al
Papa que acometa cuanto antes diferentes reformas que consideran urgentes. Sin
embargo, Francisco ha manifestado su postura de manera clara: “Algunos esperan
y me piden reformas en la Iglesia y debe haberlas. Pero antes es necesario un
cambio de actitudes”.
Me parece admirable la clarividencia
evangélica del Papa Francisco. Lo primero no es firmar decretos reformistas.
Antes, es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión
y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas.
Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu
evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia.
El mismo Francisco nos está indicando
todos los días los cambios de actitudes que necesitamos. Señalaré algunos de
gran importancia. Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: “una Iglesia que no
lleva a Jesús es una Iglesia muerta”. No vivir en una Iglesia cerrada y
autorreferencial: “una Iglesia que se encierra en el pasado, traiciona su
propia identidad”. Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia
todos sus hijos: no cultivar “un cristianismo restauracionista y legalista que
lo quiere todo claro y seguro, y no haya nada”. “Buscar una Iglesia pobre y de
los pobres”. Anclar nuestra vida en la esperanza, no “en nuestras reglas,
nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos”.
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