Reflexión
inspirada en el evangelio según san Juan 2,1-11
Creció
la fe de sus discípulos.
La fe se despierta y aviva en nuestro
corazón cuando somos capaces ‘de captar en medio de la vida signos que nos
invitan a abrirnos al misterio de Dios.
Según el evangelista Juan, la fe de los
discípulos comenzó a crecer cuando pudieron ver “los signos” que Jesús inició
en la aldea de Caná.
Hoy la mirada del hombre moderno apenas
parece percibir señal alguna que le oriente hacia Dios. Su corazón no parece
escuchar ninguna llamada que lo eleve hacia El.
¿Nos hemos quedado “sin noticias” de
Dios o es más bien que nos hemos hecho sordos a sus invitaciones? ¿Ya no hay en
la vida, en el hombre y en el mundo “indicios” de Dios o más bien es nuestra
mirada la que se ha nublado?
No hemos de olvidar que para percibir
las señales que nos hablan de Dios es preciso tener un corazón honesto. Antes
de tomar cualquier decisión ante El, la primera actitud ha de ser la
honestidad.
Se está extendiendo entre nosotros una
postura que parece tener cada vez más adeptos y según la cual, no tiene sentido
preguntarse por “el sentido de la vida”.
Ciertamente es más cómodo no remover
nuestro corazón, no escuchar las preguntas ni las llamadas que hay en la vida,
y decir sencillamente que no tiene sentido alguno buscar un sentido a la vida
y, mucho menos, buscarlo en Dios.
Pero no deberíamos olvidar la
observación que hacía K. Rahner. “Es
más fácil dejarse hundir en el propio vacío que en el abismo del misterio de
Dios, pero no supone más coraje ni tampoco más verdad”.
Eludir el problema del sentido de la
vida, vivir cerrado a toda llamada o interrogante, pasarse la vida en una
postura de “neutralidad”, sin tomar decisión alguna ni a favor de la fe ni en
contra de ella, es ya tomar una decisión. La peor de todas.
Una decisión que si es responsable ha de
ser honesta y ha de estar apoyada en razones bien meditadas, como cualquier
otra decisión seria ante la vida.
Aunque, tal vez, no nos atrevemos a
confesarlo nunca ni siquiera a nosotros mismos, nuestro mayor riesgo es
pasarnos la vida entera intentando engañarnos a nosotros mismos. Muchos hombres
y mujeres no se acercan a Dios porque en su corazón no hay “verdad interior”.
Por eso, es bueno siempre recordar
aquellas palabras de S Agustín:
“Puedes mentir a Dios, pero no puedes engañarle. Por tanto, cuando tratas de
mentirle, te engañas a ti mismo”.
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