La noción de frontera como límite
preciso entre dos estados ha surgido en la edad moderna, al desarrollarse
estados con una administración centralizada. En sus inicios, la frontera era,
más bien, una zona bastante deshabitada, de libre tránsito, entre dos grupos
humanos diferentes. De hecho, las fronteras concretas que conocemos en la
actualidad son un producto histórico, y representan, con frecuencia, el
resultado más o menos estable de un pacto entre dos tendencias expansionistas.
Las fronteras indican la existencia
de grupos humanos diferentes, y no deben ser condenadas sin más, pues pueden
ser lugar de encuentro, comunicación y entendimiento entre los grupos que están
a ambos lados de las mismas. Sin embargo, cuando se imponen por la fuerza,
cuando se cierran herméticamente a toda comunicación, o cuando se convierten en
puntos de conflicto y enfrentamiento violento, las fronteras son el mejor
exponente del fracaso de la fraternidad humana.
En la actualidad hay otras
fronteras más difíciles de detectar que las fijadas por ríos o montañas. Son
las fronteras económicas, fruto de egoísmos individuales y colectivos, que van
ahondando cada vez más la separación y la insolidaridad más trágica entre
pueblos y hasta continentes enteros. Basta pensar en la construcción de la
Europa del bienestar, cerrada a los pueblos hambrientos.
¿Qué significan estas divisiones
levantadas por los hombres, desde la perspectiva del evangelio, según la cual,
la fraternidad universal es meta del hombre y de las sociedades? No faltan
pecados y sombras en la vida de la Iglesia, pero no por ello deja de esforzarse
por ser «signo de la unidad del género humano» (Concilio Vaticano II). El
impulso misionero, la apertura universal de todos los pueblos, la solidaridad
entre las Iglesias están al servicio de la evangelización, pero también de la
fraternidad universal, pues el evangelio que anuncian los misioneros lleva
consigo el esfuerzo y la promesa de establecer unas relaciones más fraternas y
solidarias entre los pueblos.
La fiesta cristiana de la Epifanía
es el anuncio de la salvación de Dios para todos los pueblos y, al mismo
tiempo, una invitación a abrir fronteras para vivir la fe de manera más
universal. La Iglesia ha de contribuir eficazmente a promover un mundo sin
fronteras egoístas e insolidarias.
Para escuchar el Evangelio de la Epifanía...
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