P. Marcos Buvinić Martinić
En estos días está sucediendo un
acontecimiento que moviliza a miles de personas en toda la Patagonia, tanto
chilena como argentina. Es la celebración de la Novena de Jesús Nazareno, en
preparación a la fiesta y procesión que se realiza cada año el domingo 30 de
agosto.
Quizás, para algunas personas esto no
les diga mucho -o quizás nada-, este acontecimiento que para otros es algo que
marca la vida y es un momento esperado año tras año en Caguach y en todo Chiloé,
en Punta Arenas, en Puerto Natales, en Porvenir, en Puerto Montt, en Coyhaique,
en Río Turbio, en Río Grande y en Río Gallegos.
Lo que sucede es que allí donde han
llegado los migrantes provenientes de Chiloé han sido portadores de la mayor herencia
de su cultura: el cariño profundo y religioso a Jesús Nazareno, como la fuente
y savia vital del pueblo chilote.
De esta manera, los migrantes chilotes y
sus descendientes han sido misioneros de una tradición que constituye su mayor
herencia y el alma de su cultura. Es una tradición se remonta al mismo Señor
Jesús y que es transmitida por los Evangelios, y que se asentó en Chiloé en
1778, cuando llegó la imagen de Jesús Nazareno a Caguach llevada por el
misionero fray Hilario Martínez, haciendo la paz entre cinco pueblos que
estaban seriamente enemistados (Caguach, Alao, Apiao, Tac y Chaulinec).
En el llamado “libro de fábrica” de la
iglesia de Caguach se encuentra el acta firmada en mayo de 1778 por fray
Hilario y los caciques de los cinco pueblos señalados, quienes se comprometen a
convivir en paz y celebrar cada 30 de agosto la fiesta de Jesús Nazareno “hasta el fin de los siglos”, señala
dicha acta.
Así, la unidad histórica del pueblo
chilote y su cultura se constituyen en torno a Jesús Nazareno y su Evangelio.
Se trata del alma de la cultura chilote marcada por la fe y vivida como un
llamado permanente a la unidad en medio de todas las diferencias existentes
entre las personas.
Esta es la mayor herencia del pueblo
chilote y el alma de su cultura, que los esforzados migrantes han sabido
compartir con otros e instalarla en los diversos lugares de la Patagonia donde
llegaron en busca de nuevos horizontes para sus vidas y sus familias.
En Punta Arenas, muchos nos sentimos muy
agradecidos que los migrantes chilotes y sus descendientes han compartido con
nosotros esta herencia, invitándonos a ser un pueblo unido en torno a la
persona del Señor Jesús Nazareno y su Evangelio.
27 de agosto de 2015
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