Reflexión
inspirada en el evangelio según san Lucas 1,26-38
Hace algunos años me encontré con una
persona que, después de una larga crisis religiosa, buscaba de nuevo a Dios.
Después de una larga conversación, me confesó que quería rezar. Hacía mucho
tiempo que había abandonado toda práctica religiosa. Había olvidado el
Padrenuestro. Tampoco recordaba ninguna otra oración. De pronto, el rostro se
le iluminó: «Tal vez.., el Avemaría». Mientras recitábamos juntos la sencilla
oración, vi que de sus ojos se desprendían dos lágrimas de alegría y emoción.
Las grandes oraciones son siempre profundamente humanas y humildes. No son
necesarias palabras complicadas ni frases sublimes. Lo importante es la fe con
que se invoca.
El Avemaría, unida con frecuencia al
rezo del Padrenuestro, es una de las oraciones cristianas más populares. Consta
de tres partes. La primera está tomada del anuncio del ángel a María. «Dios te
salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo.» La segunda evoca las
palabras de alabanza que Isabel dirige a María: «Bendita eres entre las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre. » La última parte es una invocación
medieval de origen incierto: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. »
Cada uno sabe cómo y por qué caminos
discurre su vida, pero siempre es bueno encontrarse con María. Ella es Madre de
Dios y también nuestra. María no es Dios, no es fuente de nuestra salvación,
pero Dios está con ella y la ha llenado de gracia. En medio de un mundo que, a
veces, parece maldito, ella es bendita porque ha sido bendecida por Dios para
siempre. Podemos acudir a ella con confianza.
No necesitamos defendernos ni dar explicaciones.
Ella es nuestra Madre. Conoce nuestro corazón cansado y, tal vez, nuestra vida
rota o desquiciada. Conoce nuestros errores y nuestra mediocridad. En María,
llena de la gracia de Dios, siempre encontraremos el amor y el perdón del mismo
Dios. Unidos a tantos hombres y mujeres, podemos también nosotros invocarla con
humildad: «Ruega por nosotros, pecadores.»
María nos acompaña siempre. En los
momentos gozosos y en los difíciles. Podemos contar con su protección maternal
en la depresión y en la enfermedad, en la soledad o en el fracaso, en el miedo
o en el pecado. Invocamos su ayuda «ahora», en el momento en que pronunciamos
la oración, y también para «la hora de nuestra muerte» siempre desconocida,
pero siempre más cercana.
Al final del Adviento, el relato
evangélico nos recuerda las palabras del ángel a María: «Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). Pueden ser una invitación a
despertar nuestra confianza en ella y a susurrar en lo secreto de nuestro
corazón la conocida plegaria a la Madre: «Ave María.»
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