Reflexión inspirada en el evangelio
según san Mateo 14, 22-33
"¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!"
El miedo y la ansiedad son
fenómenos universales. Tarde o temprano, todos nos vemos asaltados por miedos
más o menos precisos y experimentamos en algún grado la ansiedad. Somos seres
frágiles y en cualquier momento nos sentimos amenazados.
Las gentes suelen poner en marcha
diversas estrategias para combatir el miedo. La huída es probablemente el medio
más utilizado; ante el peligro real o imaginario, la persona se esfuerza por
evitar la situación que le produce ansiedad. Otras veces se emplea la táctica
de la distracción: olvidar el problema, tratar de centrar la atención en otros
aspectos de la vida.
Los profesionales de la salud, por
su parte, se esfuerzan por liberar a las personas de los miedos poco sanos con
diferentes terapias y «medicamentos», para que el individuo se sienta mejor y
más aliviado frente a sus angustias.
Sin duda, todo este esfuerzo
terapéutico es necesario, aunque a veces no proporciona sino un alivio
temporal, y no llega a combatir la raíz de la ansiedad sino sus efectos. Pero,
junto a estas terapias, es necesario aprender a vivir de forma más consistente
y mejor enraizada. Y es ahí donde la fe, sin que sea necesario
instrumentalizarla, puede convertirse en fuente inestimable de vida sana y
liberada.
Por ejemplo, para sentirme bien, no
es necesario que todos me aprecien y me amen, o que todos los que me rodean me
aprueben en casi todo lo que hago. Puedo vivir en paz y sin temor aunque no
cuente con el amor de los demás. Si soy creyente, sé que cuento siempre con el
aprecio y el amor de Dios.
Tampoco tengo que hacerlo todo con
absoluta perfección para estar contento conmigo mismo. Dios me entiende y me
comprende. Me acepta tal como soy, con mis esfuerzos y mis limitaciones. No
tengo por qué vivir atemorizado por mi pasado. El perdón de Dios me anima a
renovarme mirando hacia adelante.
El origen principal de mis miedos e
infelicidad está, sobre todo, en mí mismo, no en el exterior. El mundo y las
personas son como son, aunque yo desearía que fueran de otra manera. Tengo que
colaborar para que el mundo cambie y sea mejor, pero, sobre todo, tengo que cambiar
yo. Dios que está en mí y es fuente de vida puede ser mi mejor fuerza y
estímulo.
Desde esta confianza escucha el
cristiano las palabras llenas de afecto que Jesús dirige a sus discípulos:
«¡Animo, soy yo, no tengan miedo!» Los creyentes, como todos los humanos, son
frágiles. Cualquier cosa puede turbar su paz. Su seguridad y firmeza última
provienen de ese Dios que se nos ha acercado en Jesucristo.
Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile
PROGRAMA DOMINICAL
DE LA COMUNIDAD DE JESÚS NAZARENO
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